Cuando aparezcan estas líneas, el Papa Francisco estará en pleno vuelo rumbo a la ciudad de México a fin de iniciar una visita pastoral con un componente oficial de cinco días al país que predominantemente y en efecto lo recibirá con regocijo como apuntó la víspera el líder nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones.
Pero a diferencia de como ocurre mayoritariamente entre los mexicanos cuando recibimos a un visitante especial en nuestras casas, en las que nos esmeramos en detalles y cuidados, esta vez casi que da pena recibir a tan ilustre personaje. La casa está hecha un tiradero.
El Papa Francisco, quien por supuesto nos conoce y tiene una vasta información precisa sobre el país, encontrará un México si bien todavía esperanzado, más que agobiado por todo tipo de problemas e inmerso en una grave crisis económica, política y social como consecuencia en buena parte de una acumulación de y agravamiento de déficits que hace décadas –al menos desde los 80´s- siguen sin superarse en forma cabal.
El episodio más reciente de esta crisis multifactorial, que atenaza al país y angosta en forma cada vez más peligrosa las salidas institucionales, fue dramáticamente el sangriento motín ocurrido unas horas antes de la llegada del Papa Francisco en el penal de Topo Chico, donde según diversos estudios se sufre un hacinamiento mayor al 20 por ciento.
Intencional o no, el cruento saldo del motín de Topo Chico deja ver uno de los flancos más dramáticos del orden jurídico mexicano que se expresa en los infiernos carcelarios del país y en los que se conjugan los peores fenómenos de corrupción y los mayores dramas humanos.
Debo decir que no encuentro fortuito el episodio de Topo Chico ni tampoco el momento en que sobrevino, en la víspera de la llegada a México del Papa Francisco.
El obispo de Roma topará con un país, al que conoce de sobra, con dramas tan vergonzosos y vergonzantes como los casos irresueltos de crímenes contra los jóvenes, entre ellos los 43 de Ayotzinapa, los cinco de Tierra Blanca y los cuatro más recientes del puerto de Veracruz, aunque de última hora se confirmó que aparecieron sanos y salvos. Menos mal.
De igual forma el Papa encontrará un país dolido por el secuestro y asesinato de la periodista Anabel Flores Salazar, una reportera de 27 años que dejó en la orfandad a dos niños, el menor de ellos de unos días de nacido.
También hallará un país sumergido en una severa crisis económica, que se manifiesta someramente en la devaluación del 35 por ciento del peso en los últimos 13 meses.
Topará con un gobierno empañado por escándalos de corrupción y colisión de intereses y saludará a un presidente que con el paso y el peso del gobierno sufre un agudo desgaste a la mitad de su sexenio.
El Papa se encontrará con un pueblo cada vez más empobrecido y vejado. Un pueblo que mayoritariamente sufre cada día de su vida, pero que paradójicamente se mantiene de pie y esperanzado en un futuro que no acaba de llegar, pero que añora como la única salvación posible, como si repitiera la hazañosa peregrinación desde el mítico Aztlán hacia la tierra prometida por los dioses.
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