Acabo de ver un video donde la cantante (es un decir) Belinda se indigna y se desespera porque “su público” le pide a gritos, durante un concierto, que interprete una canción llamada “Sapito”. “¿Es en serio? ¿teniendo tantas canciones? ¿Con tantos años de carrera me siguen pidiendo el Sapito?”, le pregunta la bella mujer a sus fans quienes haciendo caso omiso de su indignación responden a una voz: “Síiii”.
Luego de carcajearme un rato (el video es la mar de divertido) hice un pequeño ejercicio que me gustaría pedirle a mis dos lectores repitieran por su lado: tratar de recordar el nombre de al menos otra canción de Belinda. ¿No? ¿Nada? ¿Ninguna? Pues no, pero ¿qué tal la recuerda uno en bikini luciendo ese cuerpo espectacular que, entre Dios y los cirujanos, le ha permitido hacerse de miles de admiradores que compran sus discos, aunque luego no recuerden una sola de las canciones que contienen y abarrotan sus presentaciones?
Me pregunto: ¿sabrá acaso Belinda lo que cantantes y actrices como ella venden exactamente? ¿O creerá que lo suyo es una exquisita forma de arte que escapa al entendimiento de sus seguidores?
Porque una cosa es que bandas como Radiohead se nieguen a tocar por razones artísticas su mundialmente exitosa Creep (aunque en 2009 cerraron su concierto en el Foro Sol de la Ciudad de México, con ella) y otra muy distinta que Belinda -¡Belinda, por el amor de Dios!- se frustre porque sus fans le pidan el Sapito.
¿En qué momento estas figuras de plástico perderán piso y se empezarán a sentir aristas de polendas capaces de darse el lujo de menospreciar al público que los ha encumbrado de manera, casi siempre, inmerecida? ¿No habrá nadie que se los haga notar? ¿Cuándo, finalmente, tendremos en México un público mínimamente exigente que no se conforme con barbies artificiales metidas a cantantes y aprenda a valorar a los verdaderos artistas? ¿Que crezca un poco y deje de pensar en Sapito como una obra maestra de la música universal?
Por su propio bien, esperemos que pronto.