Triste y peligroso el preámbulo de la elección del próximo cinco de junio. Los crímenes asociados al narcotráfico y otros hechos delictivos, el espeluznante caso del Estado de México, donde furiosos habitantes hicieron justicia por su propia mano como testimonio del hartazgo criminal y la indolencia gubernamental, el caso de las fosas clandestinas de Tetelcingo y el desmoronamiento del tejido social en su conjunto, que incluye la crisis del magisterio ante la imposición de una reforma educativa que no acaba de cuajar, configuran un escenario preocupante en exceso.
Se agrega el desmantelamiento de la riqueza social que alguna vez permitió al país no sólo amortiguar las dificultades puntuales, sino generar algún grado de bienestar social más amplio. Instituciones de seguridad social, económica, educativa y sanitaria –sin hablar de la riqueza de recursos naturales, hoy enajenados- han sido paulatinamente desmanteladas o entregadas al mejor postor en nombre de una liberalidad económica que ha hecho un enorme daño al desarrollo nacional. Ante la ausencia de esos amortiguadores sociales, hoy tenemos un país vulnerable en extremo y en virtual confrontación social, ésta manifiesta muy claramente en el mal humor social, referido recientemente por el presidente Enrique Peña, aunque relativizado de inmediato por él mismo con argumentos que la realidad se encarga de desmentir.
Al igual que los gobiernos anteriores, éste sigue con el vetusto discurso –el mismo hace casi 40 años- de que el país marcha por buen camino, de que México crece más que cualquier otro país de desarrollo similar y/o vecindad geográfica, y que pese a un escenario internacional adverso, nuestro país preserva sólidos equilibrios macroeconómicos.
Pero este discurso ya se hizo viejo y contrasta con el agravamiento en el tiempo y la agudeza de los problemas del país, que no son otros que aquellos que cada día soporta la mayoría de los mexicanos. No se ven de hecho dónde están las soluciones que presuntamente han impulsado los políticos mexicanos a lo largo de los últimos 40 años, aunque ellos sí dan sobradas evidencias de que cada vez se encuentran mejor guarecidos de la tempestad que agobia a la inmensa mayoría de gobernados.
A esta situación crítica del país, se suman fenómenos tan aciagos como una creciente acumulación de riqueza material entre unos cuantos mexicanos y el empobrecimiento no sólo material, sino cultural y social, de la mayoría mexicana, esto último algo que tampoco importa a quienes están encaramados en sus baluartes de confort y bienestar.
En ese escenario, que concita a la violencia cotidiana de todo tipo, el país se apresta a vivir unas elecciones de medio término, que resultan de pronóstico reservado. Ya veremos los saldos de los comicios de junio y de nueva cuenta las impugnaciones postelectorales en lo que será una más de las rebatingas del poder, tan ajeno a la realidad de los electores en cuyo nombre se repartirán el botín.
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