UN CAJÓN Y UN BANQUITO, GRASA NEGRA Y CREMA DEL MISMO COLOR, CAFÉ, BLANCO, cepillos para el neutro, el negro y el café, trapos para quitar el jabón y limpiar el zapato, trapos para dar el brillo y para untar las grasas y cepillos chicos para untar la crema y uno va caminando por las calles y de pronto siente un jalón y un interrogatorio de los inspectores que están con el sindicato de trabajadores y empleados del aseo de calzado y quién sabe qué más chingaderas, y dicen: si tú no
estás afiliado a la unión y no cuentas con permisos para la boleada no vamos a tener más que decomisarte el cajón y ponerte una multa, y el niño, llorando, jalando los mocos, sintiendo el sudor y la chinga que le pondrán en casa si pierde el cajón de la chamba de vacaciones, toma aire y corre, corre como desesperado y casi lo atropella un carro y una bicicleta con el panadero y sus canastas le mienta la madre, y el niño va corriendo a todo lo que da, no voltea siente que le persiguen y trata de esconderse y burla al viejo apestoso ese que quería arrebatarle el cajón de la bola, de las boleadas, con el que dando cepilladas va uno conociendo a los cuates, y algunos, les bufan los pies, y otros, traen calcetín de lana y uno levanta la valenciana para no manchar el pantalón y se esmera en sacar el brillo de la bola para recibir una propina y el cuate lo ve con ojos de alegría cuando ve su zapato bien charol, bien boleado, reluciente de limpio mi buen… y son los quince pesos y el viejo le da el de a veinte y le dice, quédate con el cambio, y ya salió para la mitad de una torta o un tamal o una guajolota, y barriga llena corazón contento… después del pinche susto… ya nada es igual.
Y uno de chiquillo va por ahí dando bola y jugueteando, cuidando en que no le roben el cajón porque si no, en la madre, la madriza es de lujo y ya no hay con qué las enchiladas y a lo mejor lo mandan a uno de aprendiz en el taller para andar todo mugroso y grasiento y golpeado por los demás que son bien manchados, mejor la bola, como jefe, uno sabe cuándo sale y donde va y cuando termina y cuántas boleadas hay que dar, cuando uno se pone abusado y se quita lo maje, pues puede entrar a las oficinas y dando la bola al jefe, de gratis, pues le da chance para dar a los demás y los burócratas son pinches, gruñones, desconsiderados, pero dejan una lana y ya, alguna de las señoras se apiada de uno y pregunta que si vamos a la escuela o que si nos obligan bolear y les decimos que vamos y que boleamos para ganar una feriecita y poder ayudar a los gastos de la casa y comprar los útiles del próximo año.
Por allá en el Zócalo, al lado de lo que es la Suprema Corte, hay dos o tres boleros privilegiados, son los meros meros de la unión y tienen carro con toldo y muchos colores y cepillos y lugar, y cobran más, y se tutean con los compas y con los clientes y se ríen y prestan el diario y el viejo se sube y comienzan a contar chistes o a platicar que si vino tal ministro, que si el diputado de tal o el senador de cual que son sus clientes, y luego cuenta un cuento hablando del presidente, y dice que estaba Echeverría en el salón de Palacio y que quiso tutearse con la tropa y bajo a que le dieran bola en un puesto del lugar. El bolero, de pronto, comenzó a contarle un cuento en contra de Echeverría y este, molesto, le dijo: “Oiga amigo, Yo soy el presidente Echeverría”, y el pinche bolero de volada le dijo: “No se preocupe mi buen, lo voy a contar despacito para que lo entienda”… y las risotadas, este dijo que boleaba a muchos importantes y que le daban buenas propinas y les daban favores, no se cuales, pero de eso hablaba.
Los boleros son chingones, no estudiaron pero conocen la forma de pensar de los batos solamente viendo los calcetines y la calidad de los zapatos, conocen de marcas y de calidades, de buenos cueros, si son chinos y chafas o son fabricados a la medida porque también los hay que no calzan cualquier chingadera y no es por la uña enterrada o el callo o el pie plano, es porque los mandan hacer de acuerdo al color del traje y de la ropa o bien los que ocultan una talla más para aparentar ser más altos, tienen los complejos del chaparro y hay los que puro fino y quieren que se les bolee de volada… muchos boleros deberían contar las historias de sus clientes, incluso de los que les rugen las patas, de los que sienten que sufren por la deformación y presumen de que desde niños se enseñaron a calzar lo bueno, cuando les ve uno las patas de tamal y sabe uno que se acaban de sacar el huarache y sufren con el zapato.
Hay los otros que se están ubicados en los grandes hoteles y los que en realidad ahora sirven a otros que son los que contratan el lugar, son los que dan bola en los aeropuertos, y los que son especiales porque los piden los viejos políticos como ese que decía que le daba bola a Gutiérrez Barrios, que siempre traía el zapato reluciente y bien peinado y arreglado… el que era bien pinche era su ayudante de la entrada, el que dizque era su secretario cuando en la realidad los secretarios eran otros, de su absoluta confianza, pero ese era bien pinche y pagaba solamente cuando le dabas una boleada gratis, y así que me quejé y le dije,: pues verá señor, yo con gusto vengo cuando me llame para bolearle, estoy para servirle pero eso de que su “secretario” me obligue a darle su boleada gratis o no me paga y amenaza con cambiarme, pues no va, no es onda, usted es a todo dar, pero ese pinche, perdón por lo de viejo, no la jode, y el señor, como un caballero, solamente sonrió y dijo que desde ese momento el me llamaría y pagaría… y cumplió con su palabra y yo cumplí con la mía. Así son las historias de las boleadas unos con zapatos nuevos que ni los gastan y otros con el tacón torcido y agrietado y apestoso y uno tiene que darles la bola a todos, esa es, la auténtica democracia. jajajajajajajajajaj… pues está chingón: no se apure jefe, se lo voy a contar despacito para que lo entienda… no tiene madre….¿le doy bola patrón?