Hablar de caudillos emula a personas cuyo actuar es recordado como heroico, destacado, trascendental y que ayudó a forjar parte de nuestra realidad actual. Cierto: estos nuevos ídolos, a quienes se les rinde culto y se les reconocen virtudes más allá de lo común –cuasi divinas–, son figuras cuya finalidad es arraigar una identidad común que unifica a los individuos, en torno al reconocimiento y admiración hacia las imágenes de personas que hicieron “algo” por un Estado Nacional. Se crearon historias, mitos, leyendas y demás virtudes, como mecanismos de cohesión social, como elementos inspiradores para fomentar valores y promover virtudes.
Caudillos –entendidos estos como los héroes patrios– son los que forjan la historia de México, no son los hechos aislados ni la remembranza de históricas batallas, sino la participación de personas en momentos y lugares, lo que no es una casualidad. La sociedad mexicana tiende a rendir culto a la persona y no a los hechos y todo se remonta a la condición de idolatría que traemos arrastrando desde que se consolidó el sincretismo cultural –peninsulares e indígenas– que dio lugar a la mexicanidad que vivimos hoy en día.
La tendencia de adoración arraigada en los mexicanos se lleva al ámbito político nacional. México ha definido sus destinos por la afinidad personal que tienen sus dirigentes para con sus políticos que se han ungido como los nuevos caudillos, que se autoproclaman “salvadores de la patria”, “magnánimos nacionalistas”, “rayos de esperanza” o “inmaculados depauperados”. No importa si son férreos reaccionarios o autonombrados progresistas; da igual si son de derecha, centro o izquierda, lo que prevalece es un desenfrenado culto a la egolatría; la ambición desmedida por destacar, trascender y ejercer el poder; muy, muy alejados de la proclama de “servir a los demás”.
Desgraciadamente nuestro país se encuentra muy alejado de consolidar su democracia en un ámbito racional, pues el liderazgo carismático ha prevalecido y consolidado en los últimos años –precisamente– tras la alternancia del año 2000, donde la imagen y el carisma fueron determinantes para el triunfo electoral.
La imagen predomina sobre las capacidades; más que las ideas, propuestas ideologías u objetivos. No importa quien ejerza el poder público, mientras posea una imagen afín al pueblo. Desgraciadamente el destino de México está atado a la capacidad de ser “populares” más que a la de gobernar y generar prosperidad para esta y las siguientes generaciones. Borrascoso es el destino de nuestra patria.
@AndresAguileraMtz