Mucha molestia ha generado la gestión del Presidente Enrique Peña Nieto entre los mexicanos. Tanto ha sido así que hoy los niveles de aprobación de su gobierno están por los suelos. Una parte importante de la sociedad lo desaprueba, tanto en lo personal como por lo que hace a su función. Marchas que exigen su renuncia se apoderan
de las calles; las redes sociales se inundan de mensajes e imágenes burlonas en referencia a sus infortunadas confusiones y, desgraciadamente, para regocijo de los adversarios políticos y los partidos de oposición al PRI, hoy por hoy su impopularidad apunta a una nueva alternancia del partido en el poder.
Para bien o para mal, la sociedad lo ubica como responsable de la mayoría de los males nacionales y ello es producto cultural. Desde el inicio de los gobiernos revolucionarios, se enseñó el gran responsable del destino del país es el presidente en turno. El señor “todo poderoso”, el “definidor de destinos” es el que despacha desde la oficina presidencial. Los demás funcionarios sólo cumplen ordenes y acatan instrucciones.
El trabajo de Presidente de la República no es sencillo; por el contrario, presenta una gran complejidad. Primeramente, porque es responsable de la seguridad y la vida de cada uno de los más de cien millones de mexicanos que vivimos en el país, así como de garantizar su libertad. Segundo, porque tiene la obligación de velar por los intereses del país con respecto al resto de las naciones que forman el concierto internacional. Tercero, porque tiene la obligación de encaminar a todo el país y hacer que todos los esfuerzos individuales se conjuguen en una misma dirección, para que esto se traduzca en bienestar para todos y cada uno de los que convivimos en el territorio nacional. Cumplir a cabalidad estas funciones, observando la complejidad que cada una reviste, implica esfuerzos titánicos que se han traducido, lamentablemente, en resultados precarios y prácticamente imperceptibles. Tan es así que la percepción de los últimos cuarenta años es que la seguridad ha empeorado, que las relaciones internacionales se han deteriorado y que no existe bienestar para los habitantes del país.
Sería importante ponderar que, independientemente de nuestra idiosincrasia, los tabúes y mitos que giran en torno a la magnificencia de la Presidencia de la República, ésta se encuentra a cargo de una persona con tantos defectos y virtudes como la de cualquiera. Los tiempos del “emperador supremo” quedaron atrás, parte del asunto democrático es que cualquiera pueda acceder a las más altas carteras públicas, hasta aquellos que tuvieron una precaria o nula preparación para atender los asuntos públicos.
Ante ello, es obligación de la sociedad sí exigir resultados, pero, al mismo tiempo, es importante que tengamos claro el rumbo que queremos darle a la nación. No basta con criticar el desempeño público, se requiere saber lo que queremos, para estar en condición de exigir la meta a la que aspiramos llegar.
@AndresAguileraM.