Como lo hemos venido comentando, México vive una profunda depresión colectiva. La gente no cree en sus instituciones, duda de sus autoridades y desprecia la política. El servicio público se ha vuelto sinónimo de desprestigio profesional y la palabra burocracia
se usa a modo de insulto. El gobierno, sin distingo de fuero u origen de filiación partidaria, padece la más profunda crisis de legitimidad de la historia moderna del Estado Mexicano.
Cierto, la clase gobernante ha hecho hasta lo imposible para ganarse el desprecio popular. La ineptitud e ineficacia han hecho gala de presencia en la vida política del país; la corrupción y la impunidad crecen a pasos agigantados, y la inseguridad se percibe en incremento. El hartazgo es mucho y la paciencia colectiva está a punto de agotarse.
En estos momentos de crisis, el oportunismo se vuelve una forma rápida de ganarse el respaldo popular. La crítica –la mayoría de las veces estéril– crece y se vuelve una espada imbatible de la que es prácticamente imposible defenderse mientras que sus portavoces se vuelven ídolos populares por el simple hecho de alzar la voz y convertirse, de este modo, en la punta de una lanza que espera abatir a quienes han incumplido su compromiso con la gente.
Hoy por hoy la gente voltea hacia opciones populistas que, en tiempos de bonanza y desarrollo, jamás habrían aceptado. Ese populismo, irresponsable y ruin, es la puerta indefectible para que la megalomanía de psicópatas ambiciosos, transforme a seguidores en fanáticos, y a las sociedades en manadas impersonales al servicio de quien Max Weber calificara como “líderes carismáticos”, que en la mayoría de las veces, una vez alcanzado el poder político, se vuelven en crueles y vulgares dictadores.
Sin lugar a dudas, la desilusión y el enfado colectivos son un nicho de posibilidad para quienes las explotan a favor de sus movimientos políticos. Su origen es culpa innegable de los malos gobernantes. Esos que incumplen con sus funciones de gobierno, son los mismos que, con su ineptitud, le han pavimentado el camino a los populistas y les abren las puertas de las oficinas en las que se ejerce el poder político.
Hoy el mundo atraviesa por una lamentable crisis respecto a la “cosa pública” y México no es la excepción. Los gobiernos han desilusionado a la gente; sus funcionarios se han burlado de sus pueblos, y el único futuro que se les presenta a quienes aspiran a retomar la ruta del bienestar, es el de megalómanos embriagados de ansias de poder, disfrazados en una túnica de nacionalismo que convence, más por desesperación que por razón, a más de uno que anhela los tiempos en los que el gobierno servía para buscar el bienestar general y no el de unos cuantos vulgares ambiciosos.
@AndresAguileraM