Este ocho de agosto, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación otorgó la constancia de mayoría que acredita a Andrés Manuel López Obrador como Presidente Electo de los Estados
Unidos Mexicanos, con ello, concluye el proceso electoral e inicia —oficialmente— la conformación de un equipo de gobierno que tendrá la responsabilidad de cumplir con promesas y expectativas muy altas, cuyo cumplimiento implica una profunda transformación de la vida política, social y económica del país.
La legitimidad con la que el proyecto encabezado por el nuevo Presidente electo es muy grande. Las expectativas son muy altas y está sumando apoyos y respaldos en todos los sectores de la sociedad lo que implica que, en este momento, las ofertas y representaciones de quienes serán su oposición política son, por decir lo menos, ignoradas por una mayoría de mexicanos que ya ni siquiera los consideran en el espectro de la política.
Ya son gobierno, situación que diametralmente cambia la condición de oposición en la que, por casi dos décadas, se habían desempeñado. Más allá de declaraciones espectaculares y dichos, los resultados deben de empezar a reflejarse y generar bienestar para las familias. No bastarán los ejemplos, ni el actuar austero, ni las declaraciones que desprecien la corrupción y la impunidad; será necesario cumplir con lo ofrecido y hacer que las instituciones del Estado sean expiadas del manto de ineficiencia y corrupción en que la opinión pública las ha puesto. No es una labor sencilla y menos en las condiciones de violencia y desigualdad en las que está inmerso el país.
En este contexto político están inmersos los actores y partidos que conformarán la oposición a una mayoría avasallante y con amplia legitimidad. Su labor no es menor, pues ellos representarán a un número importante de mexicanos que no compartieron la visión ni propuestas de López Obrador y de Morena, y que exigen contar mandatarios eficientes ante esta postura en el Congreso de la Unión.
Ser oposición no es una tarea menor, pues su existencia implica una parte esencial de la democracia. En ellos se materializa la representación de opiniones, visiones y realidades que prevalecen en la sociedad mexicana. Al menos en teoría, los partidos políticos ofrecen eso: representarlas y, con base en declaraciones de principios —que no son otra cosa que la ideología—, definir como será su actuar en los órganos de representación y de gobierno que tengan la labor de desempeñar.
Durante los últimos años, la condición ideológica de los partidos está en la indefinición. Derecha, centro e izquierda son sólo referentes retóricos en los discursos oficiales, pues la actuación pública se ha centrado más en el pragmatismo que en el dogmatismo ideológico. Los representantes populares en el parlamento —llámense diputados o senadores— han ejercido sus funciones y pronunciado sus posturas, más desde la óptica acomodaticia que en cumplimiento a principios políticos. Hoy, ante una hegemonía partidista, es indispensable que se retome la ruta ideológica para que, con base en ello, se ejerza con certeza y puntualidad, la función de representación que les fue concedida por aquellos que, debido a la fuerza de la determinación popular, se quedaron sin potestad de decisión y acción en asuntos gubernamentales. Los representantes de la oposición deberán tener la audacia de hacer que su voz se escuche, contando únicamente con el arma de la congruencia y la fidelidad a principios e ideologías.
@AndresAguileraM