México y Venezuela

SINGLADURA

Las protestas que en Venezuela, ciudades de Estados Unidos y aún Europa, en España específicamente este último fin de semana, de venezolanos para exigir un referéndum que determine la permanencia en el poder del presidente Nicolás Maduro, cuyo gobierno va de tumbo en tumbo, simbolizan –al menos eso me parece- la

reacción de un pueblo alegre, enjundioso y ¿por qué no decirlo? “arrecho” con la gestión madurista. Las festejo y me mueven casi inevitablemente a una comparación, así sean odiosas, con lo que ocurre en México.

Aclaro un par de cosas. En el caso de Venezuela, un país que conozco medianamente bien y donde residí por motivos profesionales seis años,  sólo hago estos apuntes como un observador. Haga saber la embajada en México que no tengo ninguna vinculación con los intereses denunciados hasta el cansancio por el presidente Maduro que según él pretenden derrocarlo. Tampoco me anima interés alguno por coincidir con la “ultraderecha golpista” y/o imperial que según el mismo Maduro está detrás de las protestas que hace meses sacuden a ese gran país que es Venezuela, hoy tan venido a menos como consecuencia de los pésimos gobiernos que siguieron a la intentona golpista de Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992, incluyendo el de Rafael Caldera, el parricida socialcristiano que puso por delante hasta consumar su ambición de una segunda presidencia en Venezuela.

Caldera,  de manera paradójica, fue el principal beneficiado de la intentona golpista de Chávez y éste a su vez el mayor heredero de la frustrada y segunda presidencia calderista. Cosas de la historia en donde los extremos, en el caso venezolano la ultraderecha –así hubiera sido disfrazada- de Caldera con la ultraizquierda chavista se juntan. Pero esa es otra historia.

El segundo punto que anoto es que aludo al caso de México porque, a diferencia de Venezuela, los mexicanos  estamos hecho prácticamente a prueba de cualquier abuso, omisión, negligencia y acto de corrupción –que son muchos- en los que incurren nuestros gobernantes. En México, dicho de otra forma, ha pasado y pasa de todo, pero los mexicanos nos mantenemos a buen resguardo del sombrero. Qué llueva o escampe, que en México no pasa nada. Oponemos a los exabruptos, excesos y actos de corrupción e impunidad de los gobernantes, una especie de coraza de acero, pero no para reaccionar o actuar en contra de ellos, sino para dejarlos hacer lo que les viene en gana. Así somos. Así nos hemos comportado históricamente. Asumo que esto es la consecuencia directa de una historia, en la que reaccionar ha implicado siempre un sufrimiento mayor y aún la muerte. Así que mejor nos enconchamos bajo la campana de acero de la indiferencia y pensamos que nos sale mejor.

Pero los venezolanos, con una democracia más nítida, reaccionan a la primera. Protestan, repudian, salen a las calles, se arriesgan y hacen patente su inconformidad, algo que en México si acaso deriva en el susurro y la diatriba de sobremesa y más recientemente en un clima social de irritación y de cólera de unos contra otros. En México prevalece un mal humor social que se manifiesta a la menor provocación en las calles, en los espacios públicos del país. En Venezuela, la cólera, el malestar, sale a las calles y hace causa común.

Y aunque mucho me he preguntado si la actitud social mexicana es más bien una virtud, siempre termino creyendo que es la consecuencia de nuestra evolución histórica que ojalá un día superemos.

Por ello, festejo sin más la vitalidad de los ciudadanos venezolanos que exigen su derecho previsto constitucionalmente a deshacerse de un presidente incapaz, y adicto a un discurso trasnochado y cansón.

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