Columna ALGO MÁS QUE PALABRAS
Hoy el mundo necesita resolver el campo de los conflictos por la vía del diálogo y la comprensión, puesto que la violencia jamás resuelve contienda alguna, ni siquiera aminora sus consecuencias catastróficas. A poco que nos adentremos en nuestra historia
veremos que el recurso a las armas lo único que ha generado es más dolor, más derrota de la razón, más fracaso de la humanidad. Es hora, pues, que aprendamos a dirimir las controversias por la vía del entendimiento, de la racionalidad y del consenso. De lo contrario, activaremos un mundo salvaje en el que todos estamos amenazados por la globalización del terror. Frente a estos sembradores de la locura del caos, se requiere serenidad, sosiego y mucha calma, para tomar el valor preciso y la valentía necesaria, a fin de poder detener a estos lobos destructores de vida. No podemos perder más tiempo en discursos vacíos, la especie humana corre peligro de extinción en batallas inútiles. Con el camino recorrido hasta ahora, y totalmente globalizados, solicitamos armonizar diferencias, establecer pautas de concordia, abrir fronteras y detener a los sembradores del miedo.
Mirando nuestra realidad actual, toca hacer justicia más allá de las palabras de la ley, dignificando a todo ser humano; y, sobre todo, escuchando más. La base sobre la cual construir la paz, algo verdaderamente necesario para acrecentar una convivencia más humana, demanda en primer término un silencioso diálogo del alma consigo mismo entorno al ser, y después poner oído para comprender lo que se piensa. A renglón seguido, es fundamental que la moral y la ética estén presentes en todas nuestras transacciones. Si los líderes del mundo no contribuyen a ejemplarizar los mercados, así como a socorrer a toda persona, sólo se estará ayudando a que se acreciente la corrupción y a aquellos que, como el ISIS y Al Qaeda, usan estos argumentos para reclutar a más gente para poner en riesgo la seguridad planetaria. Hemos de ser solidarios, ya no solo con los refugiados, también con los pobres y los excluidos. Tenemos que superar egoísmos, intereses de grupos, individualismos. Ya no podemos tolerar tantas desigualdades, tantas injusticias sembradas. El tiempo se agota para multitud de seres indefensos, en este caso para más de un millón de niños en el noroeste de Nigeria, Sudán del Sur, Somalia y Yemen, acaba de advertirlo el Fondo de la ONU para la Infancia, UNICEF.
En el corazón de todo diálogo sincero está siempre la deferencia por el otro, la consideración y el afecto por nuestro análogo. Algo que hay que propiciar desde la misma familia (para hacer familia), y desde la escuela (para sentar conciencia), ya que es algo más que un intercambio de ideas, es una manera de acercarse para confrontar diversos puntos de vista, y así poder examinar aquello que nos une y aquello que nos separa. Desde luego, los derechos humanos han de ser el abecedario de todas las políticas. Lo acaba de subrayar la presidenta de Chile, Michelle Bachelet ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU: "para alcanzar la paz y la seguridad, así como el desarrollo sostenible se debe poner la dignidad y los derechos de las personas al centro de las políticas y las decisiones de los gobiernos". Sin duda, esto exige poner más atención, mayor sintonía ante las quejas de los ciudadanos, mayor deseo de tender la mano hasta el fondo del que nos necesite, pues la comunión surge del diálogo fraterno. No lo olvidemos. Si en verdad queremos llegar a la plena armonía, hemos de avivar en nosotros el espíritu más intercesor.
Bajo esta perspectiva conciliadora que nace del auténtico diálogo, toda la comunidad mundial está llamada a adoptar lenguajes de confluencia. No hay otro modo de humanizarse que el respeto a una convivencia en el que todo está conectado; y, para esta conexión, lo que menos falta hacen son las armas, y sí la confianza entre todos y la cooperación (colaboración) como acción recíproca. Quiero pensar en la gran formación de las generaciones venideras para reconducirnos ( y no destruirnos), a otra atmósfera de menos intereses y de más donación entre los humanos. Para empezar, es hora de poner fin en el mundo a las armas nucleares. No tienen sentido en un planeta, con una ciudadanía, dispuesta a la construcción de un mundo hermanado por el diálogo. Hagamos borrón y cuenta nueva. Reconciliémonos, ¡pero ya!. Sabemos que la guerra es la negación de todos los derechos y un asalto dramático a toda vida. Sin embargo, el diálogo es la afirmación de nosotros mismos y un pulso al verso, que sostenemos en forma de latido al respirar, para acrecentar el poema de la existencia. La opción está clara, ¿o no?
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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29 de marzo de 2017.-