México es un país en el que los procedimientos de la corrupción se refinan día a día. He recorrido mucho trecho observando la forma en que los funcionarios públicos disponen de los recursos públicos en su beneficio, y en algunas ocasiones la burda forma en que muchos pretenden ocultar los procedimientos del hurto de las finanzas públicas, y en otras la cínica y febril actividad de realizar negocios al amparo del poder, construyendo cuantiosas fortunas sin que nada ocurra.
Ha sido tan grave la institucionalización de la corrupción en este país, que creamos una dependencia encargada de la vigilancia y los procedimientos sancionatorios para aquellos que disponen de los caudales que aportamos los mexicanos para el sostenimiento del aparato gubernamental, y por ahí siguen pululando sus principales servidores públicos en la más completa de las ineficiencias. Y no es que resulte muy difícil la erradicación de la corrupción, simplemente es que forma parte de nuestras entrañas históricas.
México nace como país de un proceso de corrupción cuando Hernán Cortés decide incursionar “tierra adentro” y soborna a sus capitanes para que lo acompañaran. Aquellos a los que no convenció, simplemente les sugirió que los naturales eran afectos a comer carne humana y que despedazaban vivos a sus enemigos para consumirlos. Desde luego que el relato resultó fundamental para que el mal llamado “conquistador” tuviera éxito y constituyera la colonia española más rica y poderosa de ultramar.
Ese fue el inicio, y 500 años después seguimos diciendo que estamos combatiendo la corrupción. La realidad, y tenemos que aceptarlo, es que se convirtió en un inmejorable negocio, y quizá la industria más floreciente en este país porque en un espacio pequeño de tiempo se pueden construir grandes fortunas sin necesidad de trabajar mucho.
Si a ello agregamos un valor fundamental para la corrupción que es el cinismo, los eslabones de la cadena se convierten en un férreo grillete para todos los mexicanos.
Hay algo que nadie puede negar, y es que infinidad de fortunas se han construido al amparo del poder. Y a fuerza de ser puntual tengo que decir, con mucha seguridad, que no existe una de ellas que haya sido edificada simplemente con el sudor de la frente. Las “comaladas de ricos” es una lacerante realidad que durante mucho tiempo nos ha lastimado, pero seguimos manteniendo esa posibilidad porque es parte indisoluble del costumbrismo político de este México tan nuestro, pero saqueado y vilipendiado a la vez.
La simulación en el combate a la corrupción ha sido permanente, y por mucho que en el discurso se asegure que la lucha no terminará, la evidencia sale a la luz pública todos los días, en todos lados, en todas las instancias gubernamentales, y encabezada por todos aquellos que se dicen pulcros y transparentes. ¿Acaso vivir del presupuesto gubernamental y hacer negocios con los hijos, como lo hace el señor López Obrador, es un acto de transparencia? Es igual a todos esos a los que tanto critica. Pobre México. Al tiempo.
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