Enrique Peña Nieto envió un mensaje a quienes hasta ahora se mantienen en la disputa a la Presidencia de la República, y advirtió que “no saben lo duro que es ser Presidente”, y que con las decisiones que se toman se puede poner en riesgo el rumbo de desarrollo y
crecimiento del país. También dejó en claro que ser mandatario no es pasarla y vivirla a todo dar. En lo personal pienso que eso es lo que menos viven o disfrutan los Presidentes de la República.
Es más, las noches de desvelo dando vueltas en la cama o deambulando por la penumbra de los pasillos palaciegos seguramente es algo habitual.
Cualquier mortal lo hace cuando las preocupaciones por los estudios de los hijos se salen del presupuesto familiar, o simplemente porque el salario no alcanza para cubrir las necesidades primarias, o quizá porque las deudas se comen la mayor parte de los ingresos. Pero cuando la preocupación tiene como centro de atención a millones de hombres y mujeres, debe ser una pesada losa.
Quien haya pensando que la tarea de conducir un país como el nuestro, con más de 120 millones de personas que todos los días tienen actividades distintas, que exigen a hombres y mujeres de todas las condiciones sociales, de todos los orígenes, de todas las ocupaciones laborales y profesionales, cohabitar y convivir en armonía, cumpliendo a través de actos individuales y colectivos el papel fundamental de nuestras aspiraciones conjuntas, no tiene idea de lo que significa gobernar.
Un México como el que conocemos no se puede concebir sin la conducción y dirección de quienes han detentado los diferentes encargos públicos de las esferas de gobierno en cada uno de los lugares que forman y conforman ese esquema organizativo que nos permite cohabitar con tranquilidad y armonía, y tampoco por quienes, desde los cargos, ejecutivos tienen que tomar decisiones que afectan a los ciudadanos todos los días y a cada momento. Desde luego que no es fácil ser Presidente de la República.
Es más, la toma de decisiones debe resultar infernal para quienes tienen que hacerlo por obligación y en la soledad del poder, o quizás en las discusiones con sus principales colaboradores. Aquella referencia de que cada cabeza es un mundo seguramente es un escollo difícil de sortear con tantas voces opinando de forma distinta en determinados asuntos que pueden beneficiar o afectar a millones de mexicanos. El problema es que al final la decisión recae en uno solo, en el que los mexicanos elegimos para que rigiera el destino del país.
Quienes piensan que las cosas se resuelven por decreto, o simplemente con la emisión de bandos gubernamentales, o quizá colocando cientos de miles de personas en las calles para atemorizar a los demás respaldando decisiones difíciles y de alto impacto en los intereses de los integrantes de la sociedad, no saben la catástrofe que pudieran provocar. Y por mucho que tengan un ejército de jóvenes “becados” en las calles para defender las decisiones gubernamentales, lo que no puede olvidarse es la tradición de este país por la democracia y sus luchas armadas por la libertad. Así de simple. Al tiempo.