¿El derrumbe del proyecto?

Sin punto y coma

Sin lugar a dudas, las cosas no le están saliendo como lo había planeado. La
ineficiencia es por ahora la única identidad del gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Por la forma en que trata de campear el temporal tirando culpas al pasado, y desde luego que también a quienes desde el presente no se pliegan a sus designios, el señor presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, parece que está siendo acorralado por la serie de promesas que realizó durante tantos años, y que ahora resultan imposibles de cumplir. Pulular por todos los rincones del país hablando mal de los gobernantes no es lo mismo que asumir la responsabilidad de conducir el destino de más de 120 millones de personas, pero tampoco podrá superar los avatares lanzando culpas hacia quienes identifica como sus malquerientes.
 
 
Lo que debiera entender el presidente Andrés Manuel López Obrador, es que para hacer bien las cosas desde la esfera gubernamental se requiere de funcionarios preparados y con talento, y no una pandilla de fascinerosos que ni siquiera conocen las formas en que se tiene que realizar el ejercicio político porque nunca lo practicaron. La improvisación y el desconocimiento de las estructuras gubernamentales, aunado a la falta de preparación profesional, está llevando al traste a la mal llamada “Cuarta Transformacion”, y aunque no lo quiera aceptar el señor Presidente de la República, los miembros de su gabinete y los que presuntamente encabezan los cargos de dirigencia en el Movimiento Regeneración Nacional no dejan de ser una pandilla de facinerosos que siempre han estado dispuestos a ofrecerse al mejor postor, y ahora que les llegó la oportunidad se comportan como lo que fueron siempre.
Ante la inoperancia del gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García, el señor Presidente de la República le otorgó el respaldo en una de esas ceremonias donde pontifica y sacrifica, culpando de todos los males al Fiscal General, Jorge Winkler, por la responsabilidad en materia de seguridad. Como siempre ocurre cuando las cosas se salen de su control, arremete contra quienes desde la autonomía constitucional de que gozan por mandato del Congreso, porque su mayor pretensión es el doblegar a quienes no se sujetan a su arbitrio. La vocación centralista del presidente Andrés Manuel López Obrador es manifiesta cada día que pasa.
Y no la esconde, por el contrario, se vanagloria de ese control que mantiene sobre las masas amorfas que le llevan a cada una de sus concentraciones, para que los medios reseñen que está gobernando con la anuencia y la complacencia de las multitudes diseminadas en todo el país. Claro está que al más puro estilo del PRI de los años 60 del siglo pasado, se regodea de la efímera obediencia que le profesan. López Obrador se siente más cómodo en la plaza pública que en la toma de decisiones.
 
De ahí que sus conferencias mañaneras sean la muestra de la forma en que su gobierno opera para resolver los problemas de todos los mexicanos. Sin temor a equivocarme, Andrés Manuel López Obrador piensa que la razón de Estado es lo mismo que su estado de razón, y eso es un peligro para este país, porque seguramente el paso siguiente será tomar decisiones a impulso de las masas que aún creen que los sacará de su pobreza. El problema es que al paso que vamos todos seremos pobres.
Al tiempo.
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