Las próximas elecciones -¿cómo omitirlas?- se perfilan cada vez más en una suerte de plebiscito entre los saldos para el país de la administración del presidente
Enrique Peña Nieto y las que encabezaron sus últimos cinco antecesores –De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón-.
Me parece que resulta claro que los electores acudiremos a las urnas el uno de julio próximo con la idea de votar por la continuidad de las políticas instrumentadas a lo largo de los últimos seis gobiernos del país, caracterizadas por una apertura económica, política y aún social, o avenirnos a la propuesta de ruptura con ese esquema de más de 35 años que impulsa el candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador.
Se trata, creo, de un choque de trenes, en donde uno de ellos saldrá más que abollado. Es cierto, seremos partícipes de una elección inédita y singular, prácticamente en nada parecida a las que se han realizado en las últimas décadas. Quizá de esto hecho derive en buena parte el atractivo de estos comicios, pero sobre todo el grado de pugnacidad que estamos viendo en las últimas semanas y que estoy convencido habrá de agudizarse aún mucho más hasta que llegue el día de la jornada comicial.
Salta entonces a la vista que la decisión que tomen (tomemos) los electores no resultará nada sencilla. Sin inclinarse hacia ningún lado, en busca más bien de la mayor objetividad posible y deseable, más aún en estos días de confrontación en prácticamente todos los ámbitos del país, se hace imprescindible acometer un balance nacional, racional y hasta emocional, mínimo, así éste resulte apretado por razones de espacio, que sin duda está cargado de claroscuros de manera inevitable.
Si De la Madrid (1982-1988) sentó las bases para la instauración de un modelo económico diré aperturista, para evitar el calificativo ya envenenado de “neoliberal”, el ex presidente Salinas de Gortari acentuó el modelo hasta llevarlo a un punto de inflexión mediante el Tratado de Libre Comercio Norteamericano (Tlcan), sujeto hoy a una revisión profunda, y que se consideró la piedra de toque para perfilar el país hacia una apertura prácticamente definitiva e irreversible.
Me parece que ambos ex presidentes fueron en sentido estricto los padres del nuevo paradigma económico mexicano, vigente a la fecha, con sus saldos favorables y negativos como ocurre prácticamente con cualquier obra humana en el campo de la política.
Los sucesores de ambos ex presidentes –Zedillo, Fox y Calderón- siguieron prácticamente al pie de la letra las líneas maestras y definitorias del modelo instaurado en México en la administración delamadridista.
El presidente Peña Nieto llevó el modelo a una nueva escala con la aprobación de las llamadas reformas estructurales, fruto de un acuerdo político como no se había visto en años, y al que se le llamó “el nuevo momentum mexicano”, por la profundidad de las medidas, avaladas por el Congreso del país, con excepción precisamente del partido, movimiento u lo que sea, que hoy impulsa a la presidencia a López Obrador.
Resulta claro en consecuencia que el uno de julio los electores mexicanos o parte del total, unos 93 millones de ciudadanos, deberán decidir con su voto cuál de los trenes en curso saldrá avante de la colisión. De allí la dificultad y complejidad de estas votaciones, en las que todo aún puede pasar, menos que no ocurra. Es seguro que un tren saldrá descarrilado.
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