No podemos negar que en México vamos de crisis en crisis y agreguémosle que no necesariamente se arregla una y vamos a la siguiente, se van sumando, asfixiándonos sin realmente darnos cuenta o sin meter las manos para solucionarlas.
Ahora por ejemplo, tras un año de pandemia y mientras todos volteamos a ver dónde están las vacunas, nos tronamos los dedos para conservar nuestra fuente de ingresos, o nos cuidamos las espaldas para no ser víctimas de la delincuencia, en la cara nos explota una crisis energética, generada a lo largo de los años por la incapacidad de las administraciones para dar pasos hacia adelante.
Hoy es el tema de las nevadas, la consecuente suspensión de la distribución del gas natural, la dependencia de Estados Unidos al no generar nuestro propio gas y por ende caer en esta crisis de energía eléctrica.
Mientras están hechos bolas con CFE, allá lejos de los reflectores se encuentra Petróleos Mexicanos, la empresa en la que se han cifrado las esperanzas para convertirla en palanca de desarrollo y lo cierto es que la empresa "productiva" del Estado está sumida en una crisis que inició sexenios atrás y que se agudizó, en gran medida, por los efectos de la pandemia. Y es que la caída en la demanda de hidrocarburos y de las reservas de sus campos petroleros, han derrumbado sus índices de operación.
Durante 2020, Pemex produjo un promedio de 1.6 millones de barriles diarios de crudo, el nivel más bajo de los últimos 40 años, contra los 1.8 millones que se había trazado como meta. Lo mismo la producción de gasolinas, sector en el que la compañía reportó el año pasado un promedio de 185,600 barriles diarios, la peor producción desde 1993.
Se le han inyectado más recursos, pero han sido insuficientes para detener la caída en materia de extracción de petróleo. Para colmo, México produce hoy una cuarta parte menos de gas natural que hace cinco años. Tiene 6 refinerías trabajando a la mitad de su capacidad y otra más en construcción y cuya efectividad aún está lejos de medirse.
La polémica Reforma Energética de Peña Nieto había apostado a buscar socios para fortalecer a Pemex con nuevas tecnologías, pero al igual que otras, esa reforma ya es historia. Hoy sólo le queda producir lo que le resulte rentable producir. Y es que gran parte de su presupuesto se va al pago de impuestos o al de su enorme deuda, quedando muy bajo margen de maniobra para las inversiones.
Por si algo faltara, eso de la lucha contra el robo de combustible, coloquialmente conocido como huachicoleo, resultó puro cuento. Raymundo Riva Palacio documenta en su columna Estrictamente Personal, la existencia del primer cártel surgido en el presente gobierno, Sangre Nueva Zeta, asociado al Cártel Jalisco Nueva Generación, que se ha extendido por los territorios dominados por huachicoleros. La supuesta guerra contra el robo de combustible no existe más que en el discurso y el daño a Pemex no termina.
Urge sí el rescate de Pemex (el próximo año se le asignarán 544 mil 600 millones de pesos) pero no solo es dinero, de acuerdo con Jorge Sánchez Tello, director de investigación aplicada de FUNDEF, se requiere verdaderamente un plan estratégico, depurar el desastre financiero, una reestructura profunda, importante para evitar un riesgo sistémico para el país.
Y no vamos a entrar al tema de la iniciativa de reforma eléctrica ni de las energías limpias en el que México sigue aferrado a las contaminantes fuentes fósiles de energía, que llevarán a nuestras industrias fuera de competitividad. Ir a contracorriente del planeta, desconociendo los pactos internacionales y las inversiones, nos llevará en una ruta inevitable de colisión