La Misma Basura

A Andrés Manuel López Obrador le tomó 18 años llegar a la Presidencia de México. No fue un camino fácil. Recorrió el país entero, convenció a

las grandes masas de la urgencia de cambiar la forma de gobernar, desterrando el cáncer de la corrupción y demostrando cómo la austeridad verdadera, puede traducirse en el bienestar de los más desprotegidos.  

Se sobrepuso a dos derrotas electorales hasta que en 2018 arrasó en las urnas envuelto en esperanza para asumir el poder en un país lastimado por el engaño y el despojo infame de la clase política, por el que México no ha podido dar el gran salto al mundo de los países desarrollados.

En tres años de mandato, la bandera de la lucha contra la corrupción sigue enarbolada a todo lo alto, como un gran símbolo, para que no quede la menor duda de la integridad moral de quien lleva las riendas del país.

Sin embargo, esta retórica resulta cada día más difícil de sostener, cuando se han multiplicado los casos de corrupción en el círculo familiar y político del presidente, quien confiado en la popularidad de la que goza, sin sobresaltos, se ha dedicado a justificarlo todo.

Esperaríamos decisiones radicales, abrir investigaciones para deslindar responsabilidades y que haya consecuencias sobre los malos elementos, pero no, defiende y al no tener argumentos, ataca con calumnias, denuesta y estigmatiza a quienes los revelan públicamente, periodistas y medios de comunicación.

Se ha cansado de atribuir las investigaciones debidamente documentadas, al golpeteo político en su contra, tendiendo el manto de la impunidad.

Habrá que ver hasta dónde aguantará simulando que nada malo pasa en su gobierno, y que la autoridad moral que tanto pregona no es más que una imagen que él se ha inventado tan hábilmente, que una inmensa mayoría se la cree sin dudar.

Los dineros de origen ilegal a sus hermanos; la operación ‘carrusel’ con la que se desvió dinero que debió entregarse a damnificados por el sismo de 2017, protagonizado por quien hoy es su secretario particular; las adjudicaciones directas a familiares y amigos del propio presidente; la opacidad con la que se conducen funcionarios y ex funcionarios dueños de fastuosas residencias; un fiscal envuelto en mil y un escándalos políticos y judiciales.

Aun considerando que algunas de estas posesiones tuvieran un origen legal y sobre todo creíble y demostrable, el simple hecho de que sean motivo de escándalo y especulaciones, descarrila el discurso oficial anticorrupción y deja en un predicamento a su promotor, quien cada día sufre más por justificar a sus allegados o negar la realidad avasalladora de que la corrupción está más vigente que nunca en México.

Para quienes creímos (yo entre ellos) que el nuevo gobierno verdaderamente acabaría con este cáncer y aplicaría la ley contra quienes saquearon desde los tres niveles de gobierno a nuestro país, no puede caber más que un ánimo de profunda decepción ante el desmantelamiento de la llamada ‘esperanza de México’.

¿De verdad creímos que eran diferentes?  Cuando en realidad, al llegar al poder y sin importar el color, siguen siendo la misma basura.