La ciudadanía es la que va abriendo camino, la que aprende y se reprende por sí misma, al descubrir que siempre es garante de lo que sucede. Precisamente, este año, el 30 de junio, celebramos por primera vez en las Naciones Unidas el Día
Internacional del Parlamentarismo, justo en la misma fecha que se creó, en 1889, la Unión Interparlamentaria, la organización mundial de los parlamentos nacionales. Ciertamente, hoy necesitamos más que nunca, aminorar las desigualdades, acrecentando la mejora de vida de todas las personas. Por eso, es significativo que los parlamentos, que son la voz de las diversas gentes en su conjunto, velen por políticas más justas y universalistas, a fin de que beneficien a todo el mundo. Más allá de hacer cuadrar las agendas internacionales y nacionales, hay que asegurarse de que los gobiernos trabajan responsablemente, a través del diálogo y la cooperación, por hacer más armónica la vida. En consecuencia, la obligación de proteger a la población ha de recaer en los Estados, con sus servidores al frente, y en última instancia es un compromiso colectivo, sobre todo cuando las autoridades nacionales fallan, puesto que es deber, de la humanidad entera, prevenir catástrofes que son siempre evitables.
En efecto, nada puede destruirnos más que nosotros mismos. Sin duda, somos nuestro peor enemigo, máxime en un momento de tantos absurdos, de tantas violencias que nos dividen y separan, lo que ha de exigirnos a impulsar una respuesta ética y responsable de proximidad humana. En este sentido, nos llena de tristeza que el año pasado fuese particularmente difícil para los niños que viven en zonas de guerra. Ahí están los datos proporcionados por Naciones Unidas: El número de violaciones de los derechos de los niños aumentó de 15.500 en 2016 a más de 21.000, de las que 6.000 fueron cometidas por autoridades gubernamentales y 15.000 por otros grupos. Más de 10.000 niños y niñas murieron o fueron mutilados y al menos 900 fueron violados. Afganistán fue el país donde ocurrió la mayor cantidad de asesinatos, seguido por la República Democrática del Congo, Somalia y Sudán del Sur. A pesar de estas cifras, el Secretario General también dijo que en 2017 se vieron resultados positivos, con más de 10.000 niños liberados de las filas de grupos armados. Indudablemente este desconsuelo de vidas en formación, inocentes, es una total irresponsabilidad de los países y de sus administraciones, y de cada cual en particular. Deberíamos dejarnos de azotar por estos huracanes de odio y modelos de desarrollo, donde nadie respeta a nadie, provocando una degradación de la especie humana, social y ambiental sin precedentes.
Ojalá aprendamos a pasar de las páginas crueles y a renacer, a renovarnos de modo creativo y eficaz, poniendo la autenticidad del ser humano como valor supremo, y la misión responsable de hacer espacio en común donándonos. Quizás tengamos que conciliar antes otros lenguajes, otros sentimientos, para que la conciencia, el conocimiento y la valentía de la acción, vuelvan a ser parte de la vida de cada uno de nosotros. Lo importante es fijar nuestra mirada en los demás, y ver que nadie avanza por sí mismo, sino todos junto a todos, haciéndonos más humanos, estableciendo un final para las inútiles contiendas, antes de que estas inservibles disputas entre semejantes nos pongan fin a todos. La cita del poeta y dramaturgo alemán Friedrich Schiller (1759-1805), de que “haciendo el bien nutrimos la planta divina de la humanidad; formando la belleza, esparcimos las semillas de lo divino”, puede ayudarnos a reconducirnos en nuestros pasos. Abramos, pues, camino a la novedad, tal vez nuestro propio trabajo personal no tuvo el espíritu humanitario que debía haber tenido. Es cuestión de repensarlo para poder rectificar, o de proseguir en el sueño del artista que todos llevamos dentro. Lo que no cabe en nosotros es resignarse. Somos vida, demos vida pues. Que el aliento es gratis para todos. Requerimos, sin más dilación, el descanso del dolor. ¡Vaya al destierro el sufrimiento injertado entre humanos! Es posible, sólo es asunto de planteárnoslo de corazón.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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