UN CORAZÓN DE MANO TENDIDA

 
“Es muy triste pasar por la vida sin dejar rastro”
 
Hoy, cuando tanto prolifera la exaltación del yo agresivo, dispuesto a todo con tal de proyectar una cultura competitiva, nada solidaria, que nos empobrece como
jamás, pues lo importante es trabajar juntos y hacerlo para lograr un compromiso más humanístico, respetuoso con todas las culturas, nos hace falta pararnos y recapacitar. Por cierto, hemos de repensar sobre aquellas labores que han de estar enfocadas en las cosas que importan, haciéndolas de manera más eficiente. Sirva como ejemplo la actuación enérgica de cambio, propiciada por el primer ministro de la India, Narendra Modi, dispuesto a reducir el uso del plástico y de promover la energía solar, importante tarea distinguida por la ONU recientemente con el premio “Campeones de la Tierra”. Confiemos en que proliferen estas invencibles acciones. Es muy triste pasar por la vida sin dejar rastro.  Desde luego, hay estampas que nos vivifican.
 
Ciertamente, en ocasiones, nos perdemos en temas sin importancia, y omitimos lo que realmente es fundamental para nuestra supervivencia como especie. Desde luego, si el saneamiento universal y la energía renovable, son vitales para el desarrollo de la humanidad, aminorar los conflictos en el mundo es trascendente. En este sentido, nos alegra que la filosofía de rechazo a la violencia que inspiró al inolvidable Mahatma Gandhi sea uno de los faros que guía la labor de las Naciones Unidas, frente a esta incertidumbre permanente que soportamos, en parte por carencia de diálogo y entendimiento, por la ausencia de compromiso con la verdad y también con el bienestar de sus moradores, habiten donde habiten en la faz de la tierra.
 
Por eso, hace falta un corazón de mano tendida, cooperante siempre con la diversidad, de respeto que ha de compartirse entre unos y otros, evitando contiendas inútiles que a todos nos perjudican. Para empezar, a mi juicio hay que acabar con las sanciones relacionadas con necesidades humanitarias. No podemos agravar las situaciones o extender la disputa. Sin duda, es bueno superar la desconfianza, las actitudes defensivas para ir al encuentro más allá del propio entorno, si cabe con una conciencia poética que nos conduzca a estilos de vida más auténticos, al menos para poder practicar el arte del acompañamiento con aquellas gentes abandonadas e incomprendidas. Caminar solo, aparte de ser muy aburrido, es desalentador por propia naturaleza humana. Acompañar, pues, ya sean momentos de alegría o de dolor, nos gratifica y es de agradecer siempre. 
 
Dicho lo cual, pienso que nos faltan hojas de rutas mancomunadas, pues más pronto que tarde podemos lograr aquello que nos propongamos, a poco que corrijamos actitudes corruptas que socavan el crecimiento inclusivo. En consecuencia, hemos de reflexionar sobre el modo y manera de construir un futuro compartido en un mundo tan fracturado como el presente, en el que abunda la opulencia insostenible de algunos, mientras hay otro orbe circundante cada día más empobrecido. Por tanto, la brújula de la justicia social debe orientarnos hacia otros vínculos más justos, empezando por los modelos económicos que han de respetar una ética de desarrollo integral  basada en principios que pongan en el centro a la ciudadanía, sus derechos y obligaciones, sin obviar que una distribución justa y equitativa de los beneficios contribuye a armonizarnos. 
 
Precisamente, desde este espíritu de concordia es como se construyen puentes que nos forjan a reencontrarnos hasta consigo mismo. La mano extendida hacia uno y hacia todos es un signo vivo  de hermanamiento, tan necesario como el aire que respiramos. Nuestra respuesta a este mundo dividido tiene un nombre, se llama hacer familia, que es lo que pide la continuidad de nuestro personal linaje como tal. No es cuestión de vencernos en venganzas. Tampoco nos interesan las políticas del ojo por ojo, porque al final acabamos todos enfrentados, y lo fundamental no son las luchas, sino las vidas salvadas del sufrimiento, de nuestras miserias, que lo único que hacen es arruinarnos hasta la dignidad que todos nos merecemos como seres vivos. Dignifiquémonos con nuestra libertad. Que nadie nos la robe.
 
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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3 de octubre de 2018.-