El día que dejemos de estar divididos, en parte porque andamos sedientos de esperanza y lucidez, aprenderemos a
madurar más interiormente, lo que conlleva a ver el futuro de cada cual más nutrido de rectitud social. Sabemos que las guerras nos han devastado y no aprendemos, que disgregarse y no hacerse familia es perjudicial para todos, que refugiarse en el ojo por ojo nos vuelve ciegos, cuando la vida es un camino a profundizar para hacerlo vivo, tanto en vivencias como en convivencias. Nada, por tanto, nos debe ser ajeno. No podemos seguir crecidos por la discordia y, aún peor, desbordados por la violencia. Se requiere otro tipo de rostro más armónico, y otro corazón para verter un rastro más comprensivo, dispuesto a negarse a tomar la vía destructiva contra sí mismo.
Para desgracia de la especie humana, de la que todos formamos parte, hay una decadencia silenciosa e inhumana que nos lleva a una realidad verdaderamente catastrófica. Simplemente hay que analizar un nuevo informe de la UNESCO que confirma que la violencia y el acoso entre escolares son problemas importantes en todo el mundo. Desde luego, no podemos permitir que esta situación se ampare en el tiempo, sin hacer justicia a esos sembradores que adoctrinan, que están al servicio del terror, de las idolologías del odio y la venganza en suma.
El uso de la violencia nunca puede estar respaldado por nadie, es un camino equivocado, un comportamiento mezquino e histórico, totalmente salvaje, que no sólo hay que prevenirlo, también hay que borrarlo de nuestras mentes. Seguramente, todos los gobiernos tienen que hacer más. Para empezar, han de consensuarse lenguajes menos bélicos, acercar posturas, entenderse y no intimidarse, ponerse al servicio de la concordia siempre, animados por el deseo colectivo de ser servidores a través del justo diálogo.
En cualquier caso, todos los moradores del planeta tenemos derecho a vivir en un entorno seguro; pues si todos somos ciudadanos del mundo, hemos de serlo como miembros de una misma familia humana, donde todo se resuelve con generosidad, con la genialidad del afecto en definitiva. En consecuencia, tan importante es aprender a dominarnos como saber perdonar y ser clemente. Al fin y al cabo, convivir es reprenderse uno mismo, respetar y respetarse. Sin embargo, la realidad nos dice que allí donde la violencia persiste, la salud corre grave peligro. La cuestión es que tanto ese espíritu continuamente discordante, hostil, violento, puede evitarse. Las sociedades pueden ser más armónicas, más saludables colectivamente, a poco que impulsemos la cooperación entre unos y otros y el compromiso de estar perennemente ahí como agentes de quietud.
Pensemos que la unión hace la fuerza, no así la discordia que todo lo debilita, y hasta destruye y arruina los más poderosos imperios. Con las situaciones violentas pasa lo mismo, así jamás se resuelve nada, yo diría que acrecientan los dramas. Por consiguiente, si cualquier ser humano necesita un sistema de protección social sólido y con capacidad de respuesta que asegure cobertura para todas las personas vulnerables, también se requiere de otros sistemas educativos mundializados que desplieguen constantes energías de espíritu y de acción, encaminados a fortalecernos en comunidad, a través de un bienestar estable y tranquilo. O sea, que menos bombas y más abrazos, menos armas y más alma. Es lo que nos hace falta. Dicho lo cual, la política no puede ser violenta. Tampoco ninguna religión, que se precie de serlo, siembra el terror. Lo mismo sucede con las finanzas, no hay que sobreestimarlas más de lo que valen. Lo transcendente son otras prácticas, impulsadas por los pequeños gestos y los grandes propósitos; el de ser cuidadores del sosiego, un espíritu en paz, un donante del amor en definitiva. Coexistiremos mejor.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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23 de enero de 2019