“Hay que unirse para hacer mundo, pero también para trabajar juntos, y
acometer grandes sueños sabiendo estar despierto”.
En lo que anhelamos ser, está el futuro; algo que es nuestro, de uno mismo, más interior que exterior, que pende en gran parte de la familia, de nuestra capacidad de hacer linaje, lo que requiere un verdadero diálogo entre todos nosotros, porque sin el otro tampoco hay porvenir para mí, de ahí la responsabilidad que pesa sobre cada cual, en la cimentación de ese horizonte armónico que todos nos merecemos por dignidad humana. En consecuencia, personalmente también pienso, como ya en su tiempo lo hacía el inolvidable escritor colombiano Gabriel García Márquez, que jamás es demasiado tarde para elevar una utopía que nos permita compartir la tierra, y así poder hermanarnos. Hemos de obligarnos a ello. Hay que unirse para hacer mundo, pero también para trabajar juntos, y acometer grandes sueños sabiendo estar despierto.
Es cierto que, en ocasiones, la realidad no acompaña, pero la esperanza del cambio es posible, a pesar de que un estudio reciente sobre “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias 2019”, nos indique que durante el año pasado “la mayoría” de los 3300 millones de personas ocupadas carecían de la suficiente “seguridad económica, bienestar material e igualdad de oportunidades”, y además añade, que los progresos en la disminución de desempleo a nivel mundial no evidencian “una mejora de la calidad del trabajo”. Sea como fuere, son estos actuales déficits sociales, como el de trabajo decente y digno, sobre el que hay que actuar de manera global, puesto que la velocidad de reproducción de las desigualdades es un mal que nos inunda. Por desgracia, de cumplirse los pronósticos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el incremento de la población activa hará que aumente el número de desempleados a un ritmo de un millón de personas por año, llegando a los 174 millones de desocupados el año 2020.
Por eso, es importante ese espíritu utópico que reivindico de manera consciente, al ser principio de toda mejora, que nos sirve para caminar y cuando menos para diseñar un futuro mejor. No le cortemos las alas a nadie, y máxime la de aquellas gentes que luchan por el cumplimiento de los derechos humanos, que batallan contra el cambio climático, que apuestan por la igualdad de género, por defender a los migrantes y refugiados. Llegado a este punto, tengo que reconocer que me gustan las mareas humanas activas, son mi debilidad; esa ciudadanía que construye puentes, que derriba muros, que integra la diversidad, que promueve la cultura del encuentro, que instruye y educa desde su ejemplaridad de quehaceres en el perdón y la reconciliación, en el sentido de la justicia, en el rechazo a la violencia, en el valor de unidad y unión universal. A veces de estos sueños surgen grandes oportunidades, y la misión que parecía casi imposible, se torna viable y hasta real, pues es la apertura de esas puertas pequeñas las que nos engrandecen y nos dan satisfacciones. Se me ocurre pensar en esas batalladoras mujeres de todo el mundo, que poco a poco están haciendo de la desigualdad de género en la música, un problema cada vez más evidente. Algo que se ha presenciado en grandes eventos como los Premios Grammy de 2019, donde hubo una alta representación femenina y algunas artistas hablaron públicamente sobre la problemática.
La misma utopía de los derechos humanos, que tiene en Europa su verdadero hogar, también en este continente europeísta los hemos degradado, cuando no ignorado, hasta límites extremos. Sólo hay que ver el trato que reciben algunos migrantes o el mercadeo de vidas humanas que a diario se producen en un orbe tan conflictivo como el presente, en parte por no avivar ese espíritu racional y moral, como valor esencial y bien supremo. Quizás, hoy más que nunca, estamos invitados a repetir este pulso creativo y natural de San Francisco de Asís: “Señor, haznos artífices de paz; donde domina el odio, que nosotros proclamemos el amor; donde hay ofensas, que nosotros ofrezcamos el perdón; donde abunda la discordia, que nosotros construyamos la paz”. Precisamente, es esta quietud utópica, la que debe instarnos a desarmarnos, a ofrecer el corazón, pues si el pan de cada día es vital o el mismo aire es necesario para vivir, también hemos de poner voluntad en impulsar el entendimiento entre semejantes. No habrá acuerdo sin firmeza, ni rectitud sin compasión, pero tampoco habrá conciliación sin acción poética o sin reacción soñadora.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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13 de febrero de 2019