“En la cercanía de unos y de otros está el triunfo de lo armónico”.
Necesitamos atmósferas solidarias para poder vivir en buena vecindad y experimentar esa sensación de savia apetecible, a través del respeto natural entre lo que somos (cuerpo y espíritu) y aquello que nos rodea. Esa consideración entre análogos, no se consigue con luchas, sino a través de un mismo lenguaje, el del amor. Porque realmente amar es donarse y vivir en aquellos que nos buscan, no para utilizarnos, sino para compartir vivencias, ya sean envueltas en lágrimas o en risas. No hay otra expresión más certera. Sólo hay que dejarse mirar y ver a nuestro alrededor esas discordias conyugales, surgidas en ocasiones por esa falta mutua de familiaridad, tolerancia y clemencia. Justamente, las contiendas empiezan así, con las ganas de venganza, envueltas en la amargura del resentimiento. Todo esto es destructivo para cualquier parentesco didáctico que quiera propagarse.
Creo que hoy más que nunca necesitamos la llamada a la responsabilidad colectiva, a la ayuda para poder vivir de manera armoniosa entre semejantes. Algo que se adquiere en comunidad. Por desgracia, lo que prolifera es una mentalidad que reduce nuestra inconfundible existencia a un camino de proyectos individuales, francamente amargos y crueles. Se han abierto tantas fisuras entre familia y sociedad, entre familia y escuela, entre diversidades que han de entenderse, que no es nada fácil acrecentar y profundizar en aquellos vínculos innatos que nos unen. Téngase en cuenta que la conciliación nunca viene dada porque sí, sino que debe conquistarse a diario, con el trabajo permanente de hacer humanidad; con el consiguiente, fomento de unidad, bajo esa inherente pluralidad, de la estirpe humanitaria.
Indudablemente, cuando el ser humano piensa sólo en sí mismo, en sus oportunos negocios y se endiosa, cuando se deja fascinar por los ídolos del egoísmo y del dominio, cuando se coloca en el pedestal para engrandecerse mundanamente, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la insensibilidad, al combate; cuando, hay que dejar a un lado las discordias, si en verdad queremos ganar tranquilidad y concordia, poniendo en valor otro espíritu más comprensivo y generoso en una sociedad de tantas desigualdades y con multitud de necesitados. Por ello, hemos de entrar en diálogo siempre, en primer lugar con nosotros mismos, luego con nuestro entorno, incluida además la distintiva naturaleza. La propia mirada por si misma ya es un coloquio. O el conveniente abrazo del alma, también es el mejor concierto para entenderse. Sea como fuere, tenemos que reinsertarnos hacia otros modos de vivir más inclusivos y sociales, sin obviar ese orbe natural, que forma parte igualmente de nuestro hogar. En efecto, la acertada expresión de la “Madre Tierra”, lo que nos demuestra es esa interdependencia existente entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos.
Sin duda, es el instante preciso de la acción conjunta, de poner en práctica ideas cooperantes verdaderamente innovadoras y creativas que pueden cambiar nuestro mundo. Se me ocurre pensar en ese barco construido completamente con sandalias de plástico para combatir contra la basura marina, o en esa nueva plataforma de cooperación a nivel comunitario sobre el manejo de la tierra y los recursos, o en el uso de aviones no tripulados para luchar contra enfermedades transmitidas por mosquitos que, sin duda, abarata los costes frente a los métodos tradicionales, o en esas empresas que también se han sumado al movimiento para cambiar la industria del vestido e implementar un modelo de negocios sostenibles…Podríamos seguir relatando cantidad de hechos que nos esperanzan, que están ahí en el trabajo del día a día, modificando comportamientos, para alcanzar ese ansiado justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras.
En la cercanía de unos y de otros está el triunfo de lo armónico. Tiene que desaparecer el odio que es lo que en realidad nos rechaza entre sí. A propósito, yo me quedo con el ideal más querido por el inolvidable Nelson Mandela (1918-2013), “el de una sociedad libre y democrática en la que todos podamos vivir en armonía y con iguales posibilidades”; esto ha de hacernos resaltar los valores de libertad y respeto de los derechos humanos, así como repensar sobre otras voluntades más mancomunadas, al menos para poder abordar los diversos problemas actuales, siendo más innovadores en las respuestas a los desafíos emergentes tales como la migración y el cambio climático. Al fin y al cabo, todos marchamos en camino, ¡ojalá vayamos con el corazón en la mano! Continuamente hacia adelante, sin nostalgias del pasado, creando relaciones y creciendo humanamente. Prestando oído a todas horas, que no estamos aislados, dispuestos siempre por si alguien nos pide auxilio. No olvidemos que ensamblarse es un buen comienzo, que trabajar juntos es también un gran avance, y que ponerse en movimiento amando mucho, es el mejor propósito para cimentar una colectividad humanística, dejando tras de sí la más nívea huella de hermanamiento de luz y vida como herencia.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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21 de abril de 2019