“Necesitamos ser respetados, valorados y considerados, cuando menos para
cerrar la brecha de la desigualdad”.
La realidad nos muestra de forma significativa ciertos acontecimientos, que ponen en peligro la sensatez en el mundo, el equilibrio entre moradores, pues tanto la degradación humana como la ambiental es un hecho que está ahí, en cualquier esquina del planeta. Se me ocurre pensar en esa multitud de gentes que aún sufren inseguridad alimentaria aguda. Desde luego, las guerras son la principal causa del hambre extrema. No aprendemos. La ceguera es manifiesta. Proseguimos alimentando contiendas absurdas, en lugar de tender puentes y avivar la cultura del abrazo. Si el desgaste profesional y la adicción a los videojuegos se suman a la lista de trastornos de salud mental, es también público y notorio que el deterioro de los moradores en escenarios violentos, lo que hace es agravar este tipo de situaciones, y aunque la depresión y la ansiedad aumentan con la edad, lo cierto es que nadie puede ser equilibrado con el estómago vacío, o caminando de continuo por una atmósfera irrespirable y con el espíritu en vela permanente, ante la agitación que generan los combates.
Hoy día, el hábito de la reflexión se ha vuelto particularmente imprescindible, porque la vida que nos ha tocado vivir ofrece enormes caminos, ya sean virtuales o reales, de distracción y adoctrinamiento, que nos impiden ser nosotros mismos. Y uno ha de ser lo que quiera ser. Para empezar, estimo, que la sociedad tiene que humanizarse, desde todas las culturas y desde lo más auténtico de sí misma. Necesitamos ser respetados, valorados y considerados, cuando menos para cerrar la brecha de la desigualdad. Sin justicia social, difícilmente vamos a poder armonizarnos, por muy interconectados que nos sintamos. A mi juicio, tenemos que hacer mucho más para convertir el crecimiento económico en un avance más humanístico y solidario. El hecho de que millones de ciudadanos vivan en la pobreza, a pesar de estar trabajando, cuando menos debe hacernos recapacitar, máxime en un momento en que la informalidad y la mala calidad del trabajo siguen siendo generalizadas en todo tipo de empleo, y afectando a todo el planeta. Por consiguiente, activar una buena capacidad de raciocinio o de sentido común, ha de ser algo prioritario en nuestras vidas.
De no producirse esa apuesta por el valor de la razón humana de la sensatez, difícilmente vamos a poder realzarnos en esa unidad como especie pensante. El ejemplo lo tenemos en los nuevos modelos empresariales, que corren el riesgo de que minen los logros conseguidos en materia de formalidad y seguridad laboral, protección social y regulaciones laborales. Ojalá que la Organización Internacional del Trabajo pase de las promesas a las verdaderas acciones, ya que las condiciones laborales que son injustas, aparte de poner en peligro la quietud mundial, también se violan el derecho a perseguir el bienestar material y el desarrollo espiritual en libertad y dignidad, que todos nos merecemos por el simple hecho de haber nacido. Reaccionar con humilde reposo, esto es sembrar humanidad. No ignoremos las situaciones dolorosas, tampoco las escondamos, pongamos ejercicio en ese cambio.
En cualquier caso, por muy complejo y difícil que sea el momento, hemos de actuar con esperanza y sensatez, tal vez para ello tengamos que transformar los corazones de piedra en corazones más sensibles, pues cuanta gente en su propio coexistir jamás ha experimentado una caricia, una atención de amor, un gesto de ternura; y son, precisamente estas prácticas, las que nos hacen ser mejores pobladores, siempre dispuestos a saber reír y llorar a la par de nuestros semejantes, pues lo trascendente no es poder subirse al carro vencedor, sino la de aquel que camina sereno, esperanzado en transformar y en disipar cualquier conflicto, por grande que nos parezca. Lo importante es no ignorarlo nunca, para plantarle entusiasmo en la resolución. Sembrar concordia a nuestro alrededor, esto es ya un gran avance.
Confiemos en nuestra madurez, en nuestra firmeza interior de poner alegría y sentido del humor donde haya crispación, audacia y fervor en procurar andar siempre en conciliación, alejándonos de cualquier disputa que nos envenene, pues la mejor acometida no está en aletargarse, sino en reanimarse, tampoco en anestesiarse la conciencia, sino en tomar el pulso de la situación y luego poner empeño en actuar. Por cierto, dicen que la mejor sabiduría es conocerse a uno mismo, y luego el abrirse, el ponerse en acción, sabiendo cuál es el siguiente paso para no convertirnos en marionetas a merced de ningún poder mundano. Cada cual ha de ser dueño de sí mismo. No modelemos liberaciones que no son. Sin duda, será un buen modo de contribuir a las alianzas, el respeto a la autonomía de cada ser humano.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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12 de junio de 2019