El mejor viaje es hacia uno mismo, que es donde verdaderamente se pueden
romper barreras, superar fronteras, intimar cambios, compartir y despertar sentimientos, construir horizontes de esperanza. Nunca es tarde para ponernos en marcha con nuevas ilusiones. Nos hace falta propiciar la gran revolución de la ternura, al menos para sentirnos, tras el reposo de la pasión, vinculados a la gran familia humana. Pensábamos que el dinero abría todas las puertas, estimándolo más de lo que realmente vale, porque aniquila más espíritus que, el propio hierro, cuerpos. Demasiadas servidumbres para multitud de catástrofes. Olvidamos que somos vida que da vida, lo máximo, lo importante ahora es no destruirse.
Hemos de ser gentes conciliadoras. Esto requiere, sin duda, otros lenguajes más compasivos, otras maneras y modos de vivir menos egoístas, otra relación más auténtica entre los moradores. Activemos diferentes capacidades. Se me ocurre pensar en la posibilidad de razonar a golpe de verso, despojado de toda hipocresía, pues lo importante no es atraer caudales, sino almas dispuestas a perdonarse, a compartir y a donarse. Nuestra misión es bien clara, la de cooperar y poder ayudarnos unos a otros. Por sí mismos, endiosados, nada podemos hacer. Nunca me cansaré de vociferarlo, necesitamos mirarnos de otro modo, quizás poéticamente, para explorar otras calzadas que no generen confusión. En todo caso, quédense con la idea de Quevedo, “los que de corazón se quieren sólo con el corazón se hablan”, y verán cómo se acrecientan los entusiasmos, que es donde verdaderamente radica el manantial viviente.
Ese crucero de libre exploración interna, nos interesa a todos. Es saludable anímicamente. Aprenda a respetarse. Considérese. No se deje caer en la redes de la explotación. Movilice la conciencia. Lo prioritario es reconocerse uno así mismo y amarse, bucear por su mar adentro, sentirse libre para poder experimentar este gozoso itinerario natural. Sin duda, requerimos de otro espíritu más generoso, con atmósferas más comprensivas y abecedarios más sensibles a los pulsos existenciales. Está visto que la persona que ha empezado a vivir interiormente, empieza a coexistir más fraternalmente y a no encogerse de hombros. Por eso, es fundamental hacer balance de lo obrado siempre. Busquemos tiempo para hacerlo. Al fin y al cabo, estamos llamados a ser cooperantes unos de otros. Ese afán cooperativista quizás tengamos que alentarlo mucho más. Ahí está el empleo cooperativo que tiende a ser más sostenible con el tiempo, y a mostrar una brecha más pequeña en las ganancias entre las posiciones más altas y más bajas. O ese profesional cooperante que trabaja en un país en desarrollo, tanto en el ámbito del progreso como de la ayuda humanitaria. Quizás lo esencial, por tanto, sea que el gran movimiento de personas se encamine a reconocerse primero, para luego tender puentes de unión y unidad, que aviven las sendas de concordia.
Desde luego, no hay mejor tránsito por este planeta que la transparencia en todo, si en verdad queremos actuar armónicamente entre la humanidad y la naturaleza, a través de nuevos impulsos cooperantes, pues si vital es rescatar al planeta, también es transcendente liberar a todo ser humano y dignificarlo. Sólo a través de ese viaje a la benevolencia ciudadana, podremos mirar hacia el futuro, y repensar sobre nuestro porvenir, máxime en un momento en que todos los días hay un niño migrante muerto o desaparecido. Por eso, es tiempo de acciones contundentes y conjuntas, de darnos una nueva oportunidad y de reunirnos para hablar del mañana, que no del ayer que ya es pasado, y este pretérito no mueve ruedas de molino.
Por otra parte, no trunquemos jamás los caminos del sueño, dejemos que el tiempo nos injerte seguridad y paciencia. Aún así, equivocados, tenemos derecho a levantar la cabeza y a volver a empezar con esa apasionante gira por la subsistencia, porque nadie tiene derecho a robarte el anhelo de ser uno mismo. Las ganas de vivir y experimentar son de cada cual y nadie puede hacerlo por otro. En consecuencia, en ese paseo por la tierra que hemos de realizar todos, los mismos pasos han de ser un estímulo poético, que inspire a otros una imborrable huella en este mundo, ese rastro único que sólo un ser humano podrá ofrecer, tras resistir las patologías del individualismo consumista y superficial, el espíritu corrupto que nos invade y que nos deja totalmente aletargados. Despertemos. Toca desterrar la indiferencia. Necesitamos llevar a buen término lo cohabitado, nuestro particular andar, el crecimiento personal como camino, de haber vivido y dejado vivir.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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30 de junio de 2019