“No me gusta que el miedo reine sobre la vida”
Vivimos en un mundo con demasiadas cadenas, quizás porque nuestras políticas manejan unas prácticas egoístas e interesadas, para nada inclusivas, pues lo que se busca en la mayoría de las veces es el poder de algunos sectores privilegiados y poco más, lo que genera una atmósfera de abuso e injusticia que nos sobrecoge. Personalmente, no me gusta que el miedo reine sobre la vida. Son gigantescos los escenarios corruptos, ya sean como apropiación indebida de bienes públicos o de utilización de personas e instituciones, hasta el punto de que el enriquecimiento ilegal de ciertos líderes, se ha convertido en algo cotidiano. Además, no importan las incoherencias, ni el perpetuarse en los pedestales, tampoco quebrantar ese espíritu democrático ejemplar y aún menos servirse de la ciudadanía, con tal de acumular riquezas para sí y su círculo ideológico. La propuesta de algunos no puede ser más bochornosa, es el bienestar de unos con exclusión de los demás. Por otra parte, la arbitrariedad de los guiones es tan manifiesta que nadie se avergüenza por nada. El incumplimiento de las normas a veces es de un descaro que nos deja sin palabras, y lo que es peor, sin confianza en esa justicia universal que es la que ha de poner equidad en nuestras actuaciones. A mi juicio, hoy más que nunca se requiere reafirmar el valor de lo justo pero también mejorar las actitudes, pues es verdad que no todo se resuelve con la justicia, es necesario también aplicar esa energía conciliadora, cada cual consigo mismo, para mediar y apaciguar los ánimos.
Por cierto, ya en su tiempo el inolvidable escritor y político francés Montesquieu (1689-1755), apuntó con una célebre frase, que “para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”, porque vale tanto como el dinero, ya que sus imperiosas ruedas dominadoras pueden llevarnos a la cumbre o al precipicio. De ahí la necesidad de revisar los sistemas de administración de justicia, así como el control en la clase política y en otras instituciones de los Estados, en ocasiones seriamente cuestionados, ante hechos tan relevantes que quedan impunes, como son las violaciones continuas y persistentes a los derechos humanos, la inseguridad ciudadana o la desbordante carga de violencia que se mueve por todo el planeta. Urge, en consecuencia, otras prácticas más éticas y solidarias entre los servidores, superando los partidismos y las ideologías, más garantes en cuanto a la independencia de la justicia, y menos perversas en política, que hemos de entenderla como una vocación de servicio a la comunidad humana, no como una manera de enriquecerse a través de sus pudientes podios, en manos siempre de una minoría privilegiada. Ojalá aprendiéramos a tomar conciencia, a saber tener dominio del mando, a concebir el dicho que vociferó el gran novelista francés, Víctor Hugo (1802-1885): “No hay más que un poder: la conciencia al servicio de la justicia; no hay más que una gloria: el genio, al servicio de la verdad”. Sin duda, necesitamos de esta transformación más espiritual y no tanta ambición de poderío, que es un mal territorio a cultivar, dada su capacidad destructiva para poder ser el único rey, con pujanza de panza.
Volviendo al departamento de las servidumbres que todos hemos de trabajar; considero realmente que mejorando las prácticas de los diversos poderes de los Estados en el mundo, templaremos tensiones, aliviaremos cargas, muchas veces avivadas desde las redes sociales, que no olvidemos son una gran influencia en la vida de los adolescentes. A propósito, una encuesta realizada recientemente por UNICEF en 30 países y a más de 170.000 estudiantes reveló que uno de cada tres chavales ha sido víctima de acoso cibernético, y uno de cada cinco ha tenido que faltar a la escuela por esa razón. A los muchachos también se les preguntó quién debería ser responsable de acabar con el acoso. Un 32% aseguró que los Gobiernos, un 31% los mismos jóvenes y un 29% las empresas de internet. Resultados que nos trazan el fundamento para enmendar esa arbitrariedad de dejar pasar, o de dejar hacer, cuestiones que no pueden permitirse que sucedan. Cada persona necesita ser dueño de sí mismo, y para que esto sea posible, las diversas soberanías han de contribuir, cada cual desde su tarea, con su deber responsable de hacer pueblo, de hacer ciudad, de hacer nación, de hacer humanidad en suma. A los cabecillas de esas supremacías les pediría, por tanto, cumplimiento de su mandato, de servir a su país, de hacer justicia, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar por ese futuro digno que nos merecemos como ciudadanos del mundo. Al tiempo, quiero dejar constancia de mi admiración y gratitud hacia aquellos dirigentes que tienen una alta consideración y una profunda cognición de su papel, la de servir. Al fin y al cabo, todos somos servidores de todos. Por eso, lo importante es escucharnos, hacer unidad, cultivar la coherencia, trabajar a destajo por el bien común, y comprometernos por activar ese cambio poético, de ser más corazón que coraza (la del poder).
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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4 de septiembre de 2019.-