EL TRAZO DE NUESTRO PULSO

(La mayor enfermedad del mundo de hoy es haber generado un corazón de piedra;
con ello hemos globalizado una actitud de indiferencia que nos deja sin humanidad)

 I.- EL CORAZÓN Y SU CALIGRAFÍA
Me encanta esa caligrafía naciente del alma,
que se deja cautivar por los paisajes vivos,
en diálogo fluido y permanente con el verso,
que se abraza a la quietud y nos regenera,
de este cansancio de luchas que nos matan,
dejándonos caídos, sin fuerzas para andar.

Hay que despojarse de la piedra a diario,
restituirse el corazón con su caligrafía
de bondades, dejarse ascender con la verdad,
sembrar aliento del que alienta sin demora,
morar entre poemas y no entre penas,
que colmado el interior, se calma el exterior.

Aliviemos el cuerpo con los brazos abiertos,
en disposición siempre de acoger y amar,
de trascender hacia ese camino de virtudes,
que nos vuelven a la vida y nos envuelven
hacia ese amor real que todo lo apacigua,
que donándose y perdonándose se hace luz.

Entremos en diálogo, exploremos latidos,
hagamos silencio, escuchémonos en soledad,
abandonemos tribunas, pongámonos a servir,
situémonos junto a la cruz, pidamos perdón,
tomemos conciencia, los ojos levantados,
miremos al cielo, abracemos a nuestro Redentor.

II.- LA CALIGRAFIA DEL SABER VIVIR
Vivir tiene su grafía y también su sentimiento,
existamos, jamás dejemos un instante sin vivir,
cohabitemos, nunca excluyamos a nadie,
convivamos, que unirse es dignarse hacerlo,
tanta prisa tenemos en más de una ocasión,
que nos olvidamos de hallarnos y compartir.

Me niego a tirar de la vida, aspiro a sostenerla;
vivirla y desvivirme por vivirla, ese es mi deseo;
proyectar la lucha por los valores, revivirlos;
pensar que el camino no es fácil recorrerlo,
pero es la savia, la sabiduría que nos hace ser,
y también nos hace estar en unión con los demás.

Si no se percibiera el espíritu como una fuerza,
nuestra misión de hermanarnos sería imposible,
dejaría de ser aire armónico para convertirse
en el mayor de los tormentos, y acabaríamos
atormentados; sin apenas poder reír, sólo llorar.

Por tanto, vuelvan a nosotros esos horizontes
que nos alegran con su poética los amaneceres,
y nos entusiasman con su sigilo los ocasos,
pues quien no ama lo que vive acá en la tierra,
tampoco va a poder dar sentido a lo que somos:
una existencia asistida por la ilusión de quererse.
Víctor Corcoba Herrero
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2 de noviembre de 2019