“La emergencia humanitaria es imprescindible y habrá de dotarse de recursos suficientes para dar decisiva respuesta a estas sendas de reveses, que multitud de veces nos acorralan a todo ritmo, sin dejar piedra sobre piedra”
Son muchas y variadas las realidades amargas que nos circundan por todo el planeta. Los hechos violentos que se suceden a diario, por cualquier esquina del planeta, nos dejan un sendero de ahogo permanente. Destrozan sonrisas, amortajan sueños y paralizan corazones. Todo se confunde y se envenena. Esta es la penosa situación. Perdurar sin inmutarse no es de recibo. Contribuir al absurdo de la necedad tampoco resuelve nada. Lo cierto es que somos incapaces de hacer proyectos en común, de mundializarnos y universalizarnos; y, sin embargo, sí que somos parte activa en la cultura de la insensatez. Sólo hay que adentrarse en las redes sociales para comenzar a ser víctima de la irracionalidad. Fruto de ese espíritu vengativo e intolerante, nuestra propia vida humana, apenas tiene valor alguno en este mundo endemoniado por el aumento de las desigualdades y el incremento del odio. ¿Qué podemos hacer para que cese este enfrentamiento entre moradores? Esta es la eterna pregunta. Su respuesta, por otra parte, se contesta por sí misma: hacen falta otros modos y maneras de vivir, otras formas más auténticas y cooperantes de actuar, para que no se debiliten vínculos y se opte por otras atmósferas más respetuosas con el ser humano como tal. A propósito, junto a estas sendas de la amargura, hemos de sumarle otras catástrofes naturales que nos instan a estar mejor preparados, puesto que ya sabemos que los desastres nunca vienen solos, y con el cambio climático la ruina también se propaga.
Quizás tengamos que buscar otros impulsos para aceptar con entusiasmo el trabajo de cada día. Nada se puede afrontar de modo superficial y sin el tesón de la paciencia, la unión y la unidad entre culturas, el diálogo sincero y el sacrificio conciliador de entenderse. Por otra parte, el debilitamiento de la familia tampoco favorece a la sociedad. Tendremos que estimular la estabilidad de la unión. Se me ocurre pensar en el ejemplo de un grupo de cinco gimnastas que está haciendo historia en México. A través del deporte, promueven la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, específicamente la igualdad de género y cómo mantener un buen estado de salud a través del ejercicio físico. También fomentan el trabajo en equipo, fundamental para el éxito de la Agenda. Lo mismo cabe decir de aquellos mediadores que se ocupan de robustecer los consorcios, ya sean matrimoniales o empresariales, ayudando a superar los riesgos que los amenazan; en el caso de las uniones conyugales acompañándoles en su rol educativo de estimular la estabilidad, o si fueran otras uniones cooperativistas, reconduciendo objetivos y actividades. En el fondo, lo trascendente, es que de una vez por todas comprendamos la fragilidad humana o la complejidad de la vida, lo que nos exige a todos asistir a quien ha perdido el anhelo por resistir y luchar. Además, tengamos presente que los suicidios son prevenibles. A mi juicio, deben de priorizarse, tanto en la agenda global de salud pública, como en las políticas estatales.
Desde luego, esa actitud de servicio todos la necesitamos más pronto o más tarde. El amor se demuestra más con obras que con palabras. Ciertamente, son muchos los campos de batalla que nos injertamos unos a otros a diario. Puede que nuestra primera misión sea desterrar de nosotros mismos la amargura, los malos modos y formas, los enfados y la maldad. Tal vez tengamos que actuar de otra manera, con otras actitudes más aperturistas, sanando la envidia, reconstituyendo otras raíces más humanas entre humanos, sin hacer alarde ni agrandarse, en tono sencillo, de corazón a corazón es como se funden los grandes amores y se cimientan las grandes hazañas. Hoy tenemos un riesgo permanente de contiendas, que requiere la implicación de todos, al menos para aliviar situaciones entre semejantes. Cada cual porta su signo; lo que es menester es continuar, no bloquearse ni deprimirse, restablecerse y proseguir siempre. Por tanto, la emergencia humanitaria es imprescindible y habrá de dotarse de recursos suficientes para dar decisiva respuesta a estas sendas de reveses, que multitud de veces nos acorralan a todo ritmo, sin dejar piedra sobre piedra.
En todo caso, nuestra principal obligación como humanos es tratar de aminorar el sufrimiento, que aunque forma parte de toda vida humana, sí que podemos acompañar al que sufre, y en esto verdaderamente es donde radica la grandeza nuestra. Indudablemente, en un mundo en el que mora tanta injusticia y tanto cinismo entre análogos, se nos exige cuando menos una reflexión interna, una reparación y un retorno a la verdad, que únicamente se puede conseguir atesorando otras sabidurías más llenas de amor y no de intereses mundanos. Los desastres pueden ser la nueva normalidad, pero en nosotros está reconducirnos. Unos insisten en inspirarnos en la naturaleza en donde no existe el concepto de desperdicio, mientras otros nos exhortan a que vivamos dejándonos llevar por la inercia y resignándonos. Personalmente, creo que hay que aceptar la realidad de la vida, pero también entiendo que hay que intentar transformar esta angustia en otras emociones, sabiendo que la persistencia y el amor que pongamos en ello hacen derrumbar las murallas del camino. Desde hace tiempo, yo mismo me he recetado esta consigna, y ciertamente bajo este carisma, al menos me siento libre, viviendo las cruces y los dolores; eso sí, con los brazos abiertos siempre. La esperanza jamás la voy a perder.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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20 de noviembre de 2019.-