(Lo trascendental es interrogarse cada día:
¿Somos personas que laten o pedruscos que no sienten?)
I.- BUSCANDO AL NIÑO,
HALLÉ A DIOS
Con los ojos del mundo,
me puse a buscar al Niño,
y sólo hallé ruido, impregnado
de odio que nos envilece
las lenguas y todas sus expresiones.
Me despojé de tierra que me entierra
y me alumbré de poéticas el alma,
fue entonces, al verbo tomar carne,
cuando descubrí el Emmanuel,
la llamada del verso para cantarle.
Descubrí la fuerza de la aurora,
la inspiración de la palabra,
el impulso y la pausa del pulso;
tuve aliento para trascender,
y lágrimas para encender emociones.
Acogido por el cuerpo, recogido
por el espíritu, pude hallarme
y descubrirme, hacer silencio
y poner oído, sentirme acompañado;
acompasado revivirme, ¡oír a Dios!
II.- BUSCANDO EL NACIENTE,
HALLÉ EL INSTANTE PRECISO
Se nos dona, en gratitud y en gratuidad,
un naciente año; y la vida como ofrenda,
se nos brinda, como vivencia convenida;
mientras la lámpara de nuestro andar,
está en el ojo del corazón que siente.
Justo, somos ese momento puntual y preciso,
ese precioso instante por el que soy,
la eterna liturgia del gozo y la alegría,
la tierna voz en camino que camina,
el timbre de un latir que busca a Dios.
Hoy resplandece un nuevo tiempo,
en cada paso y en el mundo entero,
el rostro de un Niño nos lo revela,
su rastro nos eterniza y enternece,
como señal de amor y signo de luz.
Él es nuestro guía, modelo de itinerario,
espejo de cauce que nos encauza,
ha venido al mundo por nosotros,
y cada cual ha de postrarse a recibirle;
en unidad y en unión siempre, ¡venerémosle!
Víctor CORCOBA HERRERO
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28 de diciembre de 2019