(La vida no es fácil para nadie)
I.- TENER CONFIANZA EN UNO MISMO
Dios se fía de nosotros y nos confía a custodiar el mundo,
lo hace impulsándonos con el tierno soplo de las ilusiones,
creándonos el sueño de la vida, recreándonos en el amor,
rehaciéndonos al encuentro entre caminantes diversos,
y renaciéndonos a la familiaridad de una mesa en común.
Una rama se enhebra al árbol y concierta sus movimientos
en la quietud de sus vínculos, en la cordialidad de sus aires,
en la fibra del alma y en los afectos universales de la brisa,
en los efectos de una siempre disposición a la benevolencia,
que es lo que verdaderamente nos inspira a la certeza que soy.
Ponerse a caminar al romper el alba no es fácil para nadie;
pero, ¡qué más da!, si lo que importa es persistir y perdurar
en las entrañas de la pureza del poema del que somos parte,
guiados por la mano del redentor nuestro, ¡el Jesús de todos!,
enraizado en nuestra convivencia con la vivencia de la Cruz.
II.- RESISTIR EN EL SERVICIO SIEMPRE
Cada uno de nosotros, por si mismo, tiene una misión;
que ha de desempeñar, desde el principio hasta el final:
Si en verdad somos hijos del amor, cultivemos el amar;
si el destino es volver al verso, armonicemos los pasos;
no renunciemos a la tarea de servir, ni al don de vivir.
Hemos de resistir en ese servicio que nos hace crecer,
cada cual dándose a sí mismo, donándose a los demás,
fortaleciéndose de las caídas, apagándose con las penas,
de no encontrar lágrimas para poder verse y absolverse,
pues no hay mayor germen de llanto que no saber llorar.
Cada andar es una toma de conciencia, un abrirse al día,
al bello despertar a la vida y un recogerse a la expiración.
Lo importante es reabrir nuestro propio jardín y ofrecerlo:
No hay mayor luz que ver el cielo en los labios del otro,
ni mayor deleite que socorrer como un poeta en guardia.
III.- EN TIEMPOS DE DESOLACIÓN CAMINA
Nuestra existencia que nace del precioso instante preciso,
tiene sus tiempos de consuelo y sus espacios de congoja,
sus momentos oscuros en los que todo parece desolarnos,
y sus periodos gozosos en los que la alegría nos sobrevive,
lo vital es no abandonarse en el andar ni olvidarse del ser.
La perseverancia y la fe mueven los corazones afligidos,
únicamente se requiere el coraje y la valentía de aguantar,
de llevar sobre los hombros el peso de una pena marcada
por la desilusión y el sufrimiento, por la que se implora
la acción compasiva de Dios, que siempre nos compadece.
De hecho, la Palabra de Dios, nos lleva a digerir el mal
con el bien, sólo hay que dirigir la mirada hacia Jesús,
no se cansa de buscarnos, ¡no!, continuamente nos ama,
es constante en preocuparse y en ocuparse de nosotros,
dispuesto siempre a curar nuestras heridas con sus mimos.
Víctor CORCOBA HERRERO
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18 de abril de 2020