(Si yo existo es porque el Creador cohabita conmigo)
I.- EL CORAZÓN DEL PADRE;
SU VOLUNTAD ES DARNOS VIDA
Todo es comunión de amor en el corazón del Padre,
reflejo viviente de repasos que se funden en el todo,
que se requieren para verse y se quieren para sentirse,
que se comprenden y se entienden al mismo tiempo,
unidos al celeste nido, anudados a la moral divina.
Como hemos sido creados y recreados en su bondad,
en su creativo y venerable escenario de percusiones,
estamos siempre dispuestos para amar y ser amados,
hemos sido hechos de latidos conjuntos en su verso,
ahora nos toca danzar en donación para ser poesía.
En nuestra poética viviente siempre nos acaricia,
esa imagen viva del sueño de Dios que nos reaviva,
esa auténtica hechura del eterno Creador oyéndonos,
escuchando el recogimiento de nuestras plegarias,
atendiendo a nuestras súplicas con su compasión.
II.- EL CORAZÓN DEL HIJO;
SU VOLUNTAD ES REDIMIRNOS
El corazón del Hijo, siempre unido al imborrable Padre,
sustancialmente incorporado al vocablo de la esperanza,
dado en humanidad para transformar nuestra existencia,
rescatarnos de las penurias, librarnos de las penalidades,
volvernos a la mística, llevarnos al pórtico de la gloria.
No hay mayor energía que la poseída por el Redentor
del mundo, formado en el seno de la pureza de María,
por el santo soplo, inspiración penetrante de la Palabra,
convertida en inmortal germen de pasión y compasión,
en una relación inmutable que nos nace, exime y eleva.
Es el amor gratuito del Todopoderoso, donado por Jesús
en la cruz, el que nos pone en la hallada senda del justo,
haciendo brotar esa luz hacia los demás que nos vivifica,
forjando otros frutos que den pasión a nuestros andares,
descubriendo un mismo sentir, el desvivirse por vivir.
III.- EL CORAZÓN DEL SANTO ESPÍRITU;
SU VOLUNTAD ES LLEVARNOS A PLENITUD
Sedientos de pulso, necesitamos repoblarnos del impulso
de Dios, crecer bajo su manto que derrama la verdad
del verbo, que se puebla incesantemente de indulgencia,
con el abrazo de acogida en pertenencia y comunión,
como pueblo que va hacia los brazos gozosos del don.
La grandeza del proceder etéreo nos fortalece y fortifica,
también absuelve todos los dolores y alza todas las caídas,
no se cansa de reanimarnos a morar en el valor fraterno,
nada le distrae ni sustrae en la edénica misión de conductor,
pues donde germina la buena estrella se embellece la vida.
Las almas en cercanía se armonizan, se subliman sin más,
adquieren serenidad de esa conciencia virtuosa prodigada,
que vuelve con la nítida sonrisa, que devuelve bien por mal,
que responde a la arrogancia posesiva con mansedumbre,
plantando la mirada en lo invisible, no en la visión visible.
Víctor CORCOBA HERRERO
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6 de junio de 2020.-