“Un país, una civilización, se puede enderezar por la forma que tiene de relacionarse entre sí y por el fondo con el que se dona su gente”.
La realidad nos ha impuesto un cambio de actitud. Hace tiempo que hemos perdido la orientación, el buen estilo de hacerse todo en todos, de compartir y de dejarnos acompañar. Con el embarazoso impacto de la crisis COVID-19 en todas las sociedades del mundo, hay que tomar otro espíritu, al menos para que ganemos en confianza, y aglutinemos una mayor cooperación entre todos, a fin de que las naciones mejoren el propio bienestar social de sus moradores, pues aunque en el mundo hay alimentos suficientes, hay un problema de acceso por parte de un nutrido sector de la población, que aunque ya venían atravesando la pesada epidemia de la exclusión, ahora se ha agravado como indica el último informe de la agencia de la ONU para la alimentación.
Desde luego, no podemos continuar bajo el lenguaje de la superficialidad, o del dejar hacer, hemos de exigirnos, por propia conciencia humana, ser más coherentes entre lo que decimos y hacemos, y también propiciar otros impulsos más auténticos encaminados a esa unidad y unión, que hoy se requiere más que nunca, cuando el tejido social se está rasgando y la gente está sufriendo como jamás. Nuestro mundo se enfrenta a muchos enemigos comunes; ya no solo estamos en guerra con un virus, también estamos en contienda permanente con nuestros seres más próximos, a los que apenas les prestamos tiempo y atención. Está visto que el presente solo se forma con el fondo del ayer, y lo que se encuentra como consecuencia estaba ya en la motivación. Por tanto, produzcamos menos enfrentamientos y más encuentros. Motivemos ese otro mundo posible en base a la concordia entre análogos.
Si conociéramos el verdadero fondo de todo tendríamos clemencia hasta de los nubarrones. Sin duda, el cielo se gana con trabajo y constancia. Por desgracia, tenemos unos dirigentes que suelen caer siempre en lo mismo, en el absurdo, suelen prometer lo que no está en los escritos y algunos hasta se ponen a construir puentes aunque el río no exista. Ante esta atmósfera tan degradada, por su necedad y falta de principios, urge un cambio de formas de ser, cuando menos más solidarias, máxime en un momento en el que millones de trabajadores migrantes están perdiendo sus empleos, y muchas familias que dependen de las remesas son empujadas repentinamente por debajo del umbral de la indigencia. Nuevas estimaciones del Fondo Monetario Internacional indican, precisamente, que cerca de cien millones de personas de todo el mundo podrían caer en la pobreza extrema, suprimiendo así todos los avances en la reducción de la estrechez logrados en los últimos tres años. Por esta razón, todos debemos de hacer más, cada cual desde su posición, para promover una recuperación más inclusiva, que beneficie a todos los segmentos de la sociedad. Decirlo es fácil, hacerlo no tanto.
Lo prioritario, a mi juicio, es que tenemos que asegurarnos que todos estamos trabajando juntos por un mismo horizonte armónico, respetuoso con todo ser vivo, y que a nadie se le quita del medio por defender sus derechos. Esta situación, de buen fondo y mejores formas, lo que nos garantiza es otro planeta más habitable y cohesionado, pues si vital es recuperar enfoques colaborativos entre países, al menos para acelerar las transiciones verdes digitales, también es fundamental acabar con la cultura del privilegio que hasta ahora naturaliza las desigualdades, las discriminaciones e insta a construir sociedades verdaderamente que se opongan entre sí. Sea como fuere, no podemos continuar bajo esta debilidad. Ha llegado el instante preciso de intercambiar ideas, de aprender unos de otros, de fortalecernos recíprocamente, con esa capacidad inherente que todos tenemos de recuperarnos frente a la adversidad, al menos para seguir proyectando un futuro que a todos nos pertenece por igual. No olvidemos, que un país, una civilización, se puede enderezar por la forma que tiene de relacionarse entre sí y por el fondo con el que se dona su gente.
En cualquier caso, ya hemos tocado fondo, y aunque seamos una generación cultivada en la deshumanización, quizás podamos despertar antes y comenzar a pisar firme en otras direcciones más justas y menos aburridas; son estas miserias humanas las que nos obligan a todos a enfrentarnos a otros horizontes más creativos, en cuanto a la coparticipación y la responsabilidad. Creo que las actuales políticas empeoran el ambiente, lo vuelven insostenible y desigual, lo que impide recuperarse; porque para nada se reduce la penuria de algunos, mientras otros se ahogan en la opulencia. Es público y notorio, que estos lenguajes jamás instauran sosiego entre la ciudadanía. Además, es cierto que estamos en una situación grave, gravísima, que ya no sirven las reglas de convivencia utilizadas, que tampoco podemos acudir a las herramientas de otro tiempo, lo importante es que nos centremos en esa ciudadanía hundida y le ayudemos a tomar el aliento suficiente para recuperarse y responder, ya sea a través de los planes de respuesta humanitaria o cualquier otro medio de esperanza y voluntad política que nos acreciente la fuerza para seguir viviendo; sin obviar que la constancia nos embellece, y que esta “belleza sudada”, es otra forma de ver la verdad. Todo esto, nos hará encontrar una respuesta a tantos interrogantes sembrados y a volver gozosos a ese vivir en familia que habíamos perdido.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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14 de junio de 2020