(Todos coexistimos para absolvernos; ¡amándonos!)
I.- LA BOLSA DEL MAR
El mar o la mar, el amar o el amor, lo celeste o lo celestial, la fuerza
de una gota de agua y el recogimiento de su inmensidad, nos realzan;
la lealtad a esos surcos contemplativos nos cautivan, su marea no marea,
calma y colma, pues si el agua es el naciente de toda vida en la tierra,
el desafecto nos vuelve piedras, cantos sin sollozos que nos renazcan.
¡Cómo te pareces al germen, y apareces errante con cauce de esencia!
¡Cómo te pareces a la fuente, y apareces como un río que ríe a la vida!
¡Cómo te pareces al aire, y apareces alentado por el destino del verbo!
¡Cómo te pareces al viento, y apareces en la corriente como un poeta!
¡Cómo te pareces a ese soplo, y apareces por el efluvio de Dios vivo!
Quizás tengamos que saborear el aliento de nuestros continuos andares,
enternecernos con los lamentos del rocío sobre las lágrimas del camino,
conmovernos ante ese pozo de agua que inquiere bañarnos de baladas,
pues no hay mayor emoción que percibir de las nubes caer agua fecunda,
y que de los océanos se eleve un fiel respiro que nos asciende y reverdece.
II.- LA BOLSA DE LA TIERRA
Me contradicen esas personas que caminan vestidas como los indigentes
y no lo son, van cubiertas de codicia, el principio de todas las maldades;
espero y deseo que se conozcan y se reconozcan en sus raíces malignas,
que acepten compartir y repartir sus dones, que son de todos y para todos,
pues lo vital no es dar lo que te sobra, sino aquello de lo que estás carente.
Los ciclos pasan y la revuelta persiste, hemos de gobernar lo receptado;
pensar que lo que poseo ha de estar ahí siempre, al servicio de los demás;
ocuparse y preocuparse por ofrecerlo, ha de ser nuestro afán y desvelo;
pues lo primordial es rebajarse y desvalijarse de este interés mundano,
serenarnos por dentro y por fuera, no siendo limosneros sino generosos.
Nada de lo que tengo podré llevar conmigo, nada nos pertenece para sí;
el poder dominador más oscuro, es el de aquel que ordena, pero no tutela;
debe saber emplearlo tenuemente, ya que es como una bomba, destruye;
o se maneja con cuidado, o nos estalla en nuestra propia mano, y nos mata;
aquí en el orbe no vivimos para morir, sino para ser sol tras el deber acatado.
III.- LA BOLSA DEL CIELO
El cielo nos requiere desposeídos de todo, poseídos de visiones, huidos
de la ficción, destronados de mundanidad, desplumados de tesoros físicos,
arrancados de todo empeño que guarda y amontona riquezas que nos atan;
percibiendo que lo trascendente es demoler los graneros que atormentan,
y evadirse de los señoríos que invaden el corazón, lo asaltan y corrompen.
Lo significativo es salvar las entretelas, con la salve y el sello de mantenerse
en la poética creativa de nuestro clemente Creador, con Él y por Él soy,
tenemos la quietud en nuestra habitación, la expresión revelada del olmo
en el alma, la palabra hecha savia y composición, la señal tierna de lo eterno,
junto a la misión de un discernimiento que va con nosotros, la voz de Jesús.
Allá, en la bolsa del edén, nos guarda y aguarda el Padre a través del Hijo,
con el santo Espíritu, entristecidos cuando no les oímos ni les buscamos,
gozosos cuando la autenticidad crece dentro de nosotros y se hace poesía,
porque realmente tenemos la gloria en nuestras manos al ser la posesión,
sobre la que Dios ha vertido, el soplo que contiene su sueño: la vida en verso.
Víctor CORCOBA HERRERO
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20 de junio de 2020.-