(Dios ha distinguido al ser humano en la cruz de su Hijo, robusteciéndole en los trayectos existenciales ―incluso cuando esas rutas están desbordadas de angustias ― mediante el símbolo de la Nueva y Eterna Alianza, esto es, con el aliento/alimento de su Cuerpo y de su Sangre)
I.- UN DIOS: DE PRESENCIA VIVA
Todo anida en nosotros; los deseos de buscarse,
la aspiración del incesante reencuentro consigo,
el anhelo de abrirnos y reabrirnos al semejante;
porque nada somos sin el empuje de los demás,
sin el aire activo de Dios, presente en toda vida.
El pan eucarístico nos acerca a la contemplativa,
a la mística de lo trascendente más inmaculado,
pues Cristo ha querido entrar en nuestra historia,
ha estimado hacerse humano, parte de nosotros,
y evocarnos perpetuamente su Divina Humanidad.
La entrada omnipotente en la realidad humana,
adquirió su culmen en la pasión y en la cruz;
que fue un hondo sacrificio reparador del mal,
que residió en dar luz para reconquistar el bien,
y en el que se expresó toda la energía del Amor.
II.- UN DIOS: DE RELACIÓN FECUNDA
Converso contigo, Jesús de todos, en silencio;
y lo hago para sentir el abecedario de tu pulso,
para pulsar el verso de mi interior y descubrirte,
revelarte y decirte como huésped de la morada;
que nada soy sin ti, sintoniza con mis corrientes.
Percibo tu cercanía y aprecio que no te vayas,
que gobiernes en las alturas del celeste manto,
pero que continúes aquí abajo ofreciendo albor,
pues son tan crueles las sombras de la noche,
que nos cuesta divisar el día y esperanzarnos.
Me atrae caminar en comunión con tu pulso,
enmendarme bajo la fibra del espíritu celeste,
asistir al llamamiento eucarístico en armonía,
para adaptar la conciencia a las mil exigencias,
y readaptarme a los requerimientos del alma.
III.- UN DIOS: DE SOPLO LIBERADOR
Nuestros labios crecen al proclamar el soplo
liberador de la muerte del Verbo encarnado;
Cordero inmolado por cada uno de nosotros,
con la reconciliación del abrazo que reanima,
y la fuerza conciliadora del tránsito en calma.
El Redentor, único Dueño ayer, hoy y siempre,
quiso unir su presencia salvadora en el mundo,
junto a la entrega de su cuerpo y de su sangre,
para que reunidos allí todos presenciáramos,
la mística del vino y del pan, caído del cielo.
Desde entonces, formamos pieza de esta obra,
que aplaca nuestros latidos y los torna poemas;
lírica que nos ennoblece al Señor de la Palabra,
aquella de la que somos parte que reparte savia,
y comparte gozos que imparten sanación eterna.
Víctor CORCOBA HERRERO
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5 de junio de 2021