“Sólo hay que ver esa multitud de ciudadanos desplazados, en busca de un rayo de esperanza”.
A la luz de esta realidad que vivimos actualmente, donde hay una falta de avances en liderazgo, gobernanza y financiación a los más desvalidos, quiero agradecer la labor de esas gentes comprometidas con la verdad, totalmente entregadas a los ojos de la vida, con la energía necesaria para embellecer los instantes, lo que contribuye al sosiego, que es lo que nos hace repensar y ver los frutos de renovación interior que necesitamos. Por cierto, suelen ser ciudadanos humildes y sencillos, que nos los encontramos en cualquier esquina, dispuestos a aprender y a reprenderse ellos mismos, que resisten y acompañan los andares colectivos, con un único sentimiento de alegría. Sin apenas pensarlo ó tal vez sí, ahí está su labor donante, haciendo más llevaderos estos tiempos turbulentos y desafiantes, que nos vienen triturando el corazón, dejándonos sin fuerzas para el camino y totalmente deshumanizados.
Reconozco, que me gustan esas gentes, casi siempre desconocidas, preparadas a darlo todo a cambio de nada. Acostumbran a no desfallecer jamás. Los deseos de un mundo mejor para todos es su gran desvelo. Apuestan por el diálogo de servicio y sumisión, no de ordeno y mando. Están en guardia continuamente, como los auténticos cultivadores de sueños. Nadie les conoce ni le reconoce nada; pero están ahí, entre nosotros, para fomentar la confianza y la buena voluntad entre los pueblos. Más pronto que tarde tenemos que regresar al amor, a ese amar verdadero que lo entiende todo y lo conjuga etéreo para combatir el discurso de odio y venganza, que a diario nos servimos como veneno. Tomemos otro propósito, el instante lo demanda. Despojémonos de todo rencor, hagamos el corazón y activemos la clemencia como cultura. Confieso que no me gusta este marco dominador y confuso que nos deja sin aliento para poder continuar el camino.
Urge, por consiguiente, reflexionar sobre la complejidad de la época, lo que nos requiere un mayor esfuerzo, sobre todo a la hora de conseguir soluciones políticas, con la proclamación de los Estados sociales y democráticos de derecho, donde ha de primar la prioridad de la persona sobre todo lo demás, la ética sobre el mundo de la relación y la conciencia sobre la materia. No tienen sentido, pues, otros lenguajes utilizados. Los diversos conflictos entre análogos, las variadas crisis socioeconómicas y climáticas, las enfermedades de todo tipo y la falta de porvenir, van a continuar empujando a más gente a depender de la ayuda de emergencia y a necesitar protección de todo tipo. Activemos la cultura de la escucha y de la mano extendida. Está visto que cada día son más las personas que precisan asistencia básica para poder seguir viviendo. Sólo hay que ver esa multitud de ciudadanos desplazados, en busca de un rayo de esperanza.
Quizás nos falte también ser más creativos para penetrar en tantas realidades injustas que nos dejan sin alma. Deberíamos tomar otras visiones y otros abecedarios más sublimes, cuando menos para hacer nuestro el designio de quietud y desarrollo de justicia y solidaridad, de transformación y mejora global. La continuidad del linaje activa precisamente ese vínculo fraterno, tan ecuánime como ineludible. En efecto, pensemos en lo esencial que es el valor del compromiso de todos frente a todos, para que prospere el ansiado bienestar colectivo, que de entrada por si mismo conlleva la victoria, sobre la miseria y sobre cualquier forma de degradación humana. Jamás nos abandonemos a la suerte, la gloria se corona con el trabajo constante y en conjunto, por mucha omnipresencia que tenga la inteligencia artificial. Además si la expansión tecnológica causará desigualdades mayores, no podríamos considerarla progreso alguno, puesto que conduciría a una fuerte regresión; a una forma de barbarie, la fortaleza del poseer y dominar.
Por desgracia, los avances tecnológicos se concentran cada vez más en un mundo privilegiado, donde la estupidez nos está volviendo maniáticos en ocasiones. Mientras una persona sea víctima de un sistema, en la que no se le valore como tal y dignifique, con las libertades que son esenciales para una vida plenamente humana, tendremos que continuar mejorando esa nube que ciertamente está interconectada y entonces la tecnología digital puede ser beneficiosa, pero también puede ser nociva para los derechos humanos. Al fin, algo es algo, y ya se ha producido el primer acuerdo mundial sobre la moral a considerar, definiendo principios comunes que guiarán y garantizarán un desarrollo saludable de esta tecnología, a la que hoy por hoy le falta inclusión y latido que nos hermane. Al fin y al cabo, todos necesitamos alimentar en nosotros cierta vena de sentido común para que se haga soportable la realidad, que muchas veces nos supera, con el aluvión de incertidumbres y de caminantes corruptos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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