(Escribe el apóstol Juan: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de Él», y le envió
«como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10). He aquí por qué el primer acto público de Jesús fue recibir el bautismo de Juan, quien, al verle llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29). ¡Qué gran don!).
I.- BAÑADO EN LA VOLUNTAD DEL PADRE
Todo viene del cielo y al cielo vuelve,
sólo hay que ver a ese Niño ascender,
sumergirse en la voluntad del Padre,
crearse y recrearse en la voz celestial,
renacer de lo alto y nacer de lo bajo.
La cruz de cada día prosigue su furia,
requiere de nuestro deseo de ternura,
del lavado hondo que purga y depura,
regenera y nos genera la fortificación,
para no hundirnos en el tajo del mal.
Quién ingresa con certeza en la luz,
se hermana con Cristo para siempre,
se despoja de toda cadena mundana,
y retorna al manantial de la pureza,
donde todo se eterniza y enternece.
II.- EMPAPADO EN EL AMOR DEL SEÑOR
Somos retoños del amor y del amar,
hemos de permanecer bajo esta ruta,
esto traerá buenos vientos al andar,
como la lluvia que bautiza el campo,
y lo hace florecer para gozo nuestro.
El Señor jamás nos deja en el olvido,
vive y se desvive por vivir al lado,
sólo hay que dejarse velar y querer,
la cercanía es su modo de habitar,
y de ser lo que soy, porción divina.
No pongamos cerrojos a las puertas,
dejemos que la inmersión nos cale,
nos renueve por dentro y por fuera;
únicamente así podremos edificar
el reino de la estima entre nosotros.
III.- RECUBIERTO EN LA GRATUIDAD DEL ESPÍRITU
Concedido el hálito como donación,
todo fraterniza hasta reverdecernos,
lo que nos llevará a invocar el vivir,
como un cohabitar entre hermanos,
y a morar el ser en la barca del verso.
Reaparezca la mística en nosotros,
que su aliento nos vivifique siempre,
porque nada somos sin llegar a Dios,
Dios nació para que cada cual pueda
revivirse y guiar su propio destino.
Estamos llamados a nombrar el ser,
con las equivalencias de lo terrenal,
cuando lo verídico es oírse y ponerse
en camino, según el espíritu beatífico,
amándonos y glorificando al Creador.
Víctor Corcoba Herrero
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07 de Enero de 2022.-