“Hemos de activar el amor y desterrar las armas. De lo contrario, va a resultar imposible adaptarse a este mundo cambiante, totalmente atrapado
por los artefactos, generando confrontación, en vez de centrarnos en ajustes racionales y remedios inteligentes”.
La cuestión no radica en huir del mundo, sino en comprometerse con él, en reconocer las aportaciones vitales de todos y en promover la inclusión de sus voces. Tenemos que entrar en sintonía, ha de ser nuestro primer deber. No podemos continuar con los estereotipos negativos que combinan discriminación por edad y sexo. La humanidad, en su conjunto, tiene que sentirse familia (la familia humana); y, como tal, ha de estar dispuesta a entenderse para superar los desafíos globales y contribuir con soluciones que aúnan adaptación y espíritu cooperante. Dejemos de poner barreras entre nosotros, promovamos fecundos diálogos sinceros sobre poéticas, más que sobre políticas, que mejoren la protección de los derechos humanos y reconozcamos la unidad como el gran avance humanitario. Por consiguiente, nada de divisiones entre la ciudadanía, las personas que comparten, ofreciendo sus impresiones y expresando sus sentimientos, suelen habituarse mejor a los cambios.
El ser razonable sabe familiarizar a esta atmósfera cambiante y verter su armónico ánimo creativo, en la medida que se conoce y se reconoce en donación, portando un rayo de esperanza a cuantos son vulnerables en los cambiantes destinos de un espacio precario. Estamos llamados a elevarnos, a crecer como reino de comprensión y justicia, trascendiendo estos mundanos límites de tiempo y espacio. Será bueno que aprendamos a ser caminantes sencillos por aquí abajo, a no endiosarnos, para poder cultivar el espíritu de la concordia, comenzando por aliviar las mil tensiones que nos acorralan, reduciendo el riesgo de las contiendas inútiles y, eliminando de una vez por todas, la torpeza de la amenaza nuclear. Hemos de activar el amor y desterrar las armas. De lo contrario, va a resultar imposible adaptarse a este mundo cambiante, totalmente atrapado por los artefactos, generando confrontación, en vez de centrarnos en ajustes racionales y remedios inteligentes.
Quizás necesitemos una visión educativa distinta para poder adecuarnos a la realidad actual; que no requiere únicamente contenidos, también valores responsables y respeto por la diversidad. Es público y notorio, que una educación integradora de aprendizajes; y, simultáneamente, estimulante de virtudes, aguanta todas las crisis y reconduce andares desorientados. De ahí, que los sistemas de enseñanza deban mudar de aires cuanto antes, porque no están a la altura de las circunstancias y refuerzan las desigualdades. Sólo hay que ver en muchos países, que los ricos tienen acceso a los mejores recursos, escuelas y universidades, mientras que los pobres continúan enfrentándose a enormes obstáculos. Estas brechas no son de recibo. Para empezar a ganar terreno justo, hemos de proteger el derecho a la educación de calidad siempre y que las escuelas estén abiertas para toda la población en edad escolar sin ningún tipo de discriminación.
Indudablemente, la mejor inversión que un país puede hacer por su gente y su futuro radica en los planes formativos; que son los que verdaderamente nos harán repensar sobre situaciones cambiantes, manteniendo la comunión fraternal. El testimonio de la concordia continúa siendo un elemento fundamental para promover la renovación del momento. Sin embargo, cuando crece en nosotros el desasosiego por la incertidumbre, todo se confunde. Necesitamos ajustar la ética de los principios con la ética de las obligaciones. Sin duda, la mayor exigencia actual pasa por aunar brazos y abrazos, para que la suma total de nuestras posibilidades vivenciales, florezcan en cada cual con un espíritu esperanzador; pues, mejorando a las personas, también se optimiza la acomodación de raíz. Por desgracia, hoy la deshumanización del globo humano crece en razón directa a la inhumanidad del corazón; mientras aumenta la valorización del mercado de las cosas. ¡Qué pena!
La pesadumbre se acrecienta ante la ausencia de liderazgos, que han dejado de ser puente y horizonte, para estos tiempos complejos que vivimos. No es preciso sumar proclamas que tampoco reconducen a nada, ni batallar para demostrar ser el más fuerte, se requiere de dirigentes sabios, que sepan estar y ser para todos, capaces de propiciar la defensa del bien colectivo, siendo más ecuánimes y coherentes con nuestras propias acciones, cuando menos para hacer las cosas bien; ya que todos somos participes de un destino común, lo que nos exige un proceder correcto. Hoy por hoy, el mundo está muy lejos de cumplir su promesa de proteger, ya no únicamente los derechos de la minorías, también en la lucha contra el cambio climático, para evitar un calentamiento catastrófico. El problema es que aún no disponemos todavía de la fuerza global necesaria para hacer frente a este lago de crisis, que nos ahoga en vida, en parte por la ausencia de guías que marquen caminos justos en favor de la familia humana.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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