“La dejadez de los valores y la crisis de identidad por la que atraviesa nuestro globalizado orbe, debe
obligarnos a una superación interior y a un renovado esfuerzo de indagación y de exigencia con uno mismo”.
Cada día lo tengo más claro. Hay que ser consecuentes y promover una cultura que active lo armónico. Como el aire que respiramos, también necesitamos ese cultivo luminoso, que promueva con amor y conciencia, el acercamiento conciliador entre análogos. Tenemos que reconciliarnos, huir de las contiendas, generar atmosferas más auténticas, clarificarnos por dentro y por fuera, al menos para poder verter diferente comportamiento, que sea más fraternal unos con los otros. Esto nos exige la transformación hacia distintos modos de vida y nuevas maneras de vivir, acabar con la corrupción para romper el ciclo de la impunidad y hacer justicia, originando unos dirigentes más comprometidos con la vida de todos, con esquemas y proyectos de paz, que nos lleven a construir un humanista futuro circular, sin desperdicios para las personas y el planeta.
Naturalmente, la educación es fundamental para ser conscientes de esos legados que nos esclavizan y poder entrar en el discernimiento, ante una creciente ola de crisis, incertidumbre, caos climático y profunda injusticia global. Ante esta situación, considero que los liderazgos inútiles, con multitud de promesas incumplidas tienen que terminar, poniendo especial interés en esa humanidad que no se desarrolla ni avanza. Sin duda, debe ser prioritario poner las necesidades de los países menos adelantados en la ruta de las prioridades, además de reducir el riesgo nuclear y de rebajar las tensiones a nivel mundial. Por desgracia, nos hemos acostumbrado a pasar por la vida actuando arbitrariamente, cuando la capacidad de hacerlo bien radica en activar la sensatez. Ojalá tengamos, pues, la madurez necesaria de no arruinarnos el alma y de tomar el hálito apaciguador como desvelo.
En efecto, estoy seguro de que, poniendo el temple al servicio de un mejor talante y la sabiduría a disposición de lo auténticamente justo, conseguiremos frenar el aluvión de torturas que a diario nos lanzamos entre sí. Tenemos que aprender a respetarnos, siendo capaces de detectar la bondad para poder rechazar el mal. Se trata de algo tan esencial como escoger la verdad y de oponernos a este clima de falsedades que nos tritura hasta las ganas de vivir. Hoy más que nunca necesitamos de otras luces, que consideren nuestras propias búsquedas, nos dejen hacer y trabajar por un orden legal más justo, comenzando por asegurar que todos los seres humanos, donde se hallen, se encuentren protegidos por unas normas registradas en el ámbito mundial. No olvidemos que somos una sociedad y un mundo pluralista globalizado y, como tal, requerimos de unos derechos y unos compromisos reconocidos universalmente.
De ahí, la importancia de ser leales con la toma de conciencia, en un contexto cada días más vertido en la necedad, lo que nos demanda un verdadero esfuerzo por parte de todos, educando nuestro fuero interno en la apertura hacia los demás, cuestión que va unida también a otro espíritu más solidario y cooperante. La dejadez de los valores y la crisis de identidad por la que atraviesa nuestro globalizado orbe, debe obligarnos a una superación interior y a un renovado esfuerzo de indagación y de exigencia con uno mismo. Sin ir más lejos, ese ánimo invasor tan extendido en la actualidad, lo que nos devuelve es a épocas arcaicas, que nos desmoronan por completo como civilización pensante. Son estas vulneraciones, las que nos sacan de quicio y nos torturan, amenazando la estabilidad a muchos países. Será interesante, en consecuencia, reavivar otras acogidas, comenzando por nuestro propio yo.
Lo que no es de recibo es que se trate a los niños, y a tantas gentes indefensas, como si fueran botín de guerra o mercancía de compraventa. Es evidente que hemos de estar más alerta que nunca, ante la multitud de terrenos propicios para la inconsciencia y la insensibilidad, puesto que cada día son más usuales los persistentes ataques de dominación y falsedad. Nunca antes el lenguaje sobre migrantes y refugiados había sido tan tóxico, lo que nos requiere, a nivel de voluntad, ocuparse y preocuparse mucho más por la ciudadanía en su conjunto y sus valores objetivos. Para ello, quizás tengamos que combatirnos menos externamente y más internamente, para identificar si lo que nos ha movido en el diario de vida ha sido lo mundano o lo celeste. Puede que esto también nos lleve a entender mejor la semana santa, en volverla santa semana, haciéndola más contemplativa e íntima que espectáculo material o simple folclor.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
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