“No sólo hay que exigir a los niños que estudien y vayan a la escuela, de igual forma hay que propiciar un clima
de auténtica paz en su entorno. Sin duda es un derecho suyo, pero conjuntamente es un deber de los progenitores”.
La vida germina por doquier, sólo hay que vivirla y dejarla vivir. La globalización del mundo existe también, porque todo obedece a un sentido natural que nos trasciende. Es cuestión de aprender a hermanarse ya reconstruirse, a priorizar la razón con abecedarios de libertad y afecto. Tenemos que anticiparnos a cualquier tipo de destrucción, ensimismo o tentación colérica, como la de valorar al análogo según criterios utilitaristas y de poder. Desde luego, el itinerario marcado en los últimos tiempos es verdaderamente deshumanizador e inhumano. La familia yo no es ese jardín donde se vive haciendo hogar, sino un lugar de contiendas incesantes, que nos retrotraen a los tiempos en que Caín mata a su propio hermano Abel.
Por otra parte, estamos en la época del horno global, lo que requiere de acciones conjuntas con el compromiso de todos. Quizás nos hemos abandonado con simulaciones de imagen y aluvión de engaños. Es cierto que nadamos en abundancia de multitud de litigios, pero hay que llamar a la responsabilidad corporativa, hacer justicia con aquellos que no saben estar y ser, que reniegan de su origen yendo contra sí mismo, maldiciendo con su pena cadena de atrocidades, todo lo que encuentran a su paso. Además del riesgo nuclear por el que tanto se ha batallado para erradicarlo, hemos de reconocer que prosigue en este momento más latente aún. Pura contradicción, en definitiva.
Ante esta multitud de realidades bochornosas, el tema del discernimiento para saber qué pasa dentro de nosotros es vital, sobre todo cuando la confusión nos gobierna, con escenarios que presentan una visión superficial inadecuada de la existencia, de la persona, de la genealogía y de la moralidad. Hoy más que nunca, se advierte el hambre de amor verdadero, la falta de miradas directas al corazón, el uso de lenguajes apropiados para transferir comunicaciones positivas y para dar a conocer de modo atrayente ideales e iniciativas nobles. Desde luego, para cumplir esta ardua misión, se requiere el esfuerzo de ir contracorriente.
El futuro es nuestro, está recóndito detrás de todo lo que hacemos. Cultivemos, pues, la cordialidad y no el desagrado. Demos luz a los sueños y embellezcámonos con ellos. Las ventanas del porvenir también son de nosotros, penden del aliento de los chavales y de su formación. Ellos son el germen del cambio. Esperamos que aprendan bien la lección, principalmente la de aprender a reprenderse es vital, para no caer en la incitación de las maldades. Entre tanto, no sólo hay que exigir a los niños que estudien y vayan a la escuela, de igual forma hay que propiciar un clima de auténtica paz en su entorno. Sin duda es un derecho suyo, pero conjuntamente es un deber de los progenitores.
A propósito, hace unos días el titular de la ONU, nos pedía precisamente en la Cumbre de los BRICS, que trabajemos por ser un armónico linaje, promoviendo el poder de la acción universal, el imperativo de la ecuanimidad y la promesa de un mañana fraternal, para garantizar una comunidad global sosegada y equilibrada. De eso, se trata, de activar un mundo sereno a la imaginativa de todas las visiones humanas. En última instancia, todo tiene arreglo, menos la dificultad de no saber ser y estar, que no la tiene. Seguramente, todo está en nosotros, tan solo es menester oírse para reencontrarse sin sucumbir en el intento.
En consecuencia, no es fácil esperar que las nuevas generaciones sepan un día construir un mundo más humano y habitable, cuando ni siquiera entre las familias que viven en condiciones de desahogo y bienestar, la convivencia entre sus progenitores es posible. Para desgracia de todos, cada día son más las criaturas que deben soportar los traumas derivados de las tensiones entre los ascendientes, obligados a crecer dentro de una triste soledad, bajo el amparo de unas paredes y poco más. No son pocas atmósferas, pues, las que tenemos que cambiar. Puede que las lágrimas de este siglo, vertidas por ese orbe atormentado de falsedades y desconfianzas, hayan preparado el terreno para una nueva primavera esperanzadora. Personalmente, me niego a desmoronarme, sabiendo que el amor lo modifica todo. Si todo pasa por quererse y respetarse, pongámoslo en práctica, antes de que el desastre nos alcance o la muerte nos abrace.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
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