El mundo tiene que trabajar unido y, para conseguirlo, no hay otro modo que formar personas responsables y maduras,
capaces de reconstruir el tejido de las relaciones, con una humanidad menos dividida y más fraterna. Lo cruel de este escenario, es que los docentes suelen ser incomprendidos y, por ende, la educación no levanta vuelos para retomar otros cielos más claros y humanos. Desde luego, un aprendizaje integrador y no excluyente, que universalice, contribuirá a cimentar futuros sostenibles, invitando el encuentro.
De ahí, el valor del tutor, en un momento de tantas dificultades. La pobreza, la riada de discriminaciones, el espíritu de la indiferencia, el cambio climático y la multitud de contiendas, están impidiendo el avance de millones de criaturas. Para desgracia de toda la humanidad, la formación prosigue floreciendo desigual entre la población mundial globalizada, incapaz de sustentarse en los vínculos del entendimiento y de sostenerse en su objetivo, en parte porque todavía no se valora a la familia ni tampoco se trabaja por dignificar la profesión pedagógica. Resulta aborrecible, por tanto, esa avaricia espiritual que llevan consigo los que sabiendo algo, no participan de su sabiduría para otros modos de actuación.
Capacitar a los profesores es vital para poder progresar en un orbe en continuo movimiento, comenzando por aumentar la motivación de personas cualificadas. Educar no es únicamente transmitir contenidos, es formar en actitudes y ponernos en disposición de ser ciudadanos de bien, gentes de palabra y vida. Personalmente, pienso, que deberíamos reconsiderar modos y maneras de vivir, lo que nos exige otro adiestramiento muy distinto al actual. No olvidemos que tan importante como el juicio de las cosas, es el conocimiento de uno mismo, el aprendizaje del corazón y el de las manos extendidas es fundamental, al menos para que la continuidad del linaje se consolide. Tampoco podemos centrarnos en el cuerpo tan solo, hay que profundizar en el espíritu. Se trata de hacer y deshacer lo que uno siente y forja, o lo que uno piensa y vive. Lo difícil es dar lección a quien no quiere aprender a reprenderse, es como sembrar en un campo sin labrarlo. La acción es muy complicada, ya que uno no sabe ni qué enseñar, porque duda de todo; ni cómo hacerlo, porque nadie le sigue; ni a quien preparar, porque nadie quiere estudiar ni aprender a estar y ser. La necedad suele gobernarnos, en un cosmos con pocos liderazgos mundiales.
La clave del mentor no reside tanto en guiar, como en despertar libremente cada mirada, desde el presente al futuro. Propiciar actos de esperanza es una bella tarea, para que los impulsos que nos separan confluyan en nuevas vibraciones, que fomenten la trascendencia, el diálogo y hasta el hallazgo de uno mismo, para proteger desde nuestro propio hábitat hasta fomentar la fraternidad humana. Sin duda, la mejor manera de salir de este estado de emergencia, pasa por revivir una nueva belleza enraizada en los vínculos, que han de volverse poesía y revolverse en verso; o sea, en valores auténticos, que es lo que al final nos hace aptos para gobernarnos en comunión y en comunidad. Al fin y al cabo, lo primordial no es atesorar titulaciones, sino templar el alma y juntar corazones para regar los desiertos. Está visto que el civismo es la piedra angular de las sociedades serenas, adelantadas y sólidas. Sin embargo, los moradores del planeta se orientan hacia enfrentamientos que crean una tensión sin precedentes. Acusarse internamente de estar dormido, demuestra que la vida ha comenzado por vivirse. Nos vendrá bien, pues, acelerar y multiplicar las acciones con tolerancia y espíritu solidario.
En cualquier caso, y ante esta bochornosa realidad por el camino de la indiferencia y el colapso, considero un buen propósito alcanzar un pacto mundial, a través de una gobernanza global, revitalizando el multilateralismo con instituciones verdaderamente ecuménicas, y con enseñantes implicados en la decisiva tarea educacional. Indudablemente, el esfuerzo es colectivo, lo que requiere tender puentes entre sí, asumiendo la diversidad y los cambios culturales. Hoy más que nunca, es preciso avivar los auténticos valores humanos dentro de una configuración intercultural e interreligiosa. Sin duda, no es un momento para la pasividad, sino para el ejercicio en busca de soluciones. Junto al enorme impacto que comportará la inteligencia artificial en áreas como la educación, la comunicación o el mundo laboral, tenemos que activar en el nuevo contexto global, esa educación integral, puntual y sin fronteras. Quizá la obra educativa que más urge en el mundo sea, precisamente, la de convencer para hacer familia y poder detener la crisis humanitaria, reduciendo brechas que nos distancian y restableciendo la confianza, sobre la base de los derechos y libertades.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
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