Los Juegos Olímpicos

“Indudablemente, el deporte tiene el poder de transformarnos, de reunirnos e inspirarnos, también de unirnos

y derribar exclusiones”. 

La vida, por sí mismo, es un mero ejercicio de reencuentros; a los que ha de sumarse el espíritu de sacrificio, que es lo que nos ayuda a superarnos, reconociendo nuestras propias limitaciones y el coraje de los demás. Desde luego, es el momento de ponernos en práctica corporativa, tanto de vivir los sanos lenguajes que nos aproximan, como de activar los sueños Olímpicos y Paralímpicos París 2024, una ceremonia abierta a un público muy numeroso, sin coste de entrada para la mayoría de sus espectadores. En cualquier caso, la acción gimnástica, cuando en verdad se cultiva, sobrepasa todos los frentes y trasciende todas las fronteras, favorece el espíritu cooperativo y la lealtad en las relaciones interpersonales. Sin duda, el recreo es un generador de comunión y comunidad. 

Deseo, por consiguiente, que las Olimpiadas de París, nos activen a todos en la buena orientación armónica. Que, a los participantes, les sirva para descubrirse y evaluarse, derribar ofuscaciones y reconstruir nuevos anhelos; y, al público en general, para hacer humanidad y entrelazarse como los anillos, avivando el espíritu de concordia y apagando los conflictos. Desde luego, en esta época alborotadora, nos hace falta que la atmósfera ilusionante regrese a nuestros pasos, al menos para abrirnos hacia otros espacios más claros y auténticos. Precisamente, en este caso, los atletas serán el alma de la ceremonia. Me parece muy enriquecedor que así lo sea, puesto que yo mismo soy una parte de todo aquello que he vivido en mis andares. 

No vayas, entonces, delante de mí. Quizás te pierda y no te halle. Tampoco por detrás. Hemos de reconocernos, hacer apegos, rehacer visiones. Camina conmigo, se mi acompañante. Lo sustancial es activar la ruta de la conciliación entre análogos, con espíritu atlético, o sea con lenguaje universal y resistencia contra el dolor, lo que favorece la auto-observación para aprender a reprendernos, así como el robustecimiento corporal y la tonificación del brío. Tampoco olvidemos que la existencia por sí misma es una competición y un esfuerzo en busca de la verdad. Esto nos exige que los propios esfuerzos físicos sean parte de los interrogatorios de los valores más elevados, que es lo que realmente forja nuestro carácter, para subir triunfantes al podio de la mística, del que nunca debimos salir. 

Indudablemente, el deporte tiene el poder de transformarnos, de reunirnos e inspirarnos, también de unirnos y derribar exclusiones. Yo creo que habría que inventar unos programas en el que nadie perdiera o ganara, porque el resultado es colectivo. Esta vez, y por primera vez en la historia, en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Paris 2024, competirán el mismo número de mujeres que de hombres, logrando la paridad de género. Eso está muy bien, pero ojalá también nos sirva para repensar que todos somos únicos, necesarios e imprescindibles, para hacer familia y sentirnos hogar. No olvidemos, en consecuencia, que defender la supremacía de los vínculos variados con afán de adiestramiento; completa, complementa, y contribuye a salvaguardar la dominación de las naciones. 

Queramos o no reconocerlo, el futuro de la humanidad se fragua en la correspondencia de pulsos; y, en esto, el entretenimiento puede dar una valiosa aportación al plácido horizonte entre las diversas culturas y contribuir a que se consolide en el mundo la ansiada nueva civilización del verdadero entendimiento, para que los bienes que expresan los Juegos Olímpicos nos trasciendan, tanto a nivel individual como colectivo. Ojalá podamos reconstruir una sociedad más inclusiva, con una mayor colaboración entre los movimientos, con implicación en la educación deportiva en las escuelas. Aprovechar, pues, la nobleza de la deportividad nos hará mejores. Con razón se dice, que la labor física aglutina, pone de manifiesto el equipo como luz y repone la esperanza como aire de vida.

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor

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