“Hemos olvidado el común sentido natural y la percepción por lo armónico. Cada día hay más Estados que
no tienen como fin supremo la dignidad, la libertad y la autonomía de la persona. Las ideologías son seductoras, pero te dejan sin aire. De ahí, la necesidad de revelarse para hacerse valer y volar”.
En medio de la escalada del aluvión de desastres climáticos que nos acorralan y de los incesantes conflictos que nos persiguen, defender los valores humanos y la ética humanitaria, es una de las más urgentes necesidades del momento. Hoy más que nunca precisamos reponernos, trabajar en los valores interiores de cada cual, para encontrar el reposo necesario y la primordial quietud que generan las razones de la esperanza, que todos nos merecemos por el mismo hecho de nacer. Desde luego, los continuos abusos de poder y los consiguientes perjuicios, causantes de tensiones y ahogos, nos están dejando decaídos, sin entusiasmo alguno, trastocando la verdadera sabiduría y los valores permanentes, que son los que realmente nos activan la ilusión vivencial.
Además, el rápido auge de hechos desconcertantes, sumado al uso de la inteligencia artificial, nos está paralizando el pulso, envolviéndonos en la triste soledad, con los aconteceres de la duda permanente y la persistente incitación al odio. Por desgracia, aún no hemos aprendido a vivir en armonía, con nosotros mismos y con aquello que nos rodea. Todo lo priorizamos a las ganancias económicas. Esto nos vuelve esclavos e inhumanos de nuestra propia locura sanguinaria. Para desdicha nuestra, como especie pensante, estamos perdiendo esa comunión interpersonal, que es la que nos permite conocernos y reconocernos en el análogo, ejercitar las relaciones, con una orientación estable hacia la verdad, cuestión esencial para que el afecto sea auténtico y universal.
Hemos olvidado el común sentido natural y la percepción por lo armónico. Cada día hay más Estados que no tienen como fin supremo la dignidad, la libertad y la autonomía de la persona. Las ideologías son seductoras, pero te dejan sin aire. De ahí, la necesidad de revelarse para hacerse valer y volar. Cada ciudadano tiene un valor; cada ser humano es importante y único. Todos necesarios e imprescindibles para formar y conformar una humanidad dignificada, donde no haya una sola persona apartada, para que se produzca el auténtico gozo naciente de la fraternidad universal, que es lo que nos da luz y savia para sanar los corazones. Una democracia con un corazón restaurado sigue laborando anhelos para el futuro, al menos nos llama a la implicación personal y comunitaria.
Sin enfoques integradores, no podemos responder realmente a las necesidades más innatas de las personas, pues toda existencia ha de ser respetada y protegida totalmente, desde el momento de la concepción hasta su final. En consecuencia, la aspiración tan legítima del ser humano a una mejor calidad de vida exige una morada que no sea solamente un abrigo contra la intemperie, o un frío artilugio sin alma que, en absoluto, favorece la propia realización del individuo en sus necesidades materiales, culturales y espirituales, y contribuya de esta manera al crecimiento de esa parte más sensible que hay en todo mortal; sin obviar, sus vínculos hogareños, ejerciendo una actividad compatible con su edad, que le permita participar en la biografía general como coparticipes humanitarios.
En efecto, en una crónica genealógica robustecida se experimentan algunos elementos esenciales de la paz, la justicia y el amor entre sí, con la siempre disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para condonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible institutriz de concordia. Tanto es así, que la propia corporación social, para vivir una historia humana, está llamada a inspirarse también en los valores sobre los que se rige la comunidad doméstica. De lo contrario, se acrecentarán los promotores bélicos que pisotean los derechos fundamentales, aplastando a gentes indefensas, con violencias crueles y feroces, llegando a privar a las poblaciones de su derecho a la alimentación, el agua y la educación. Diplomacia y diálogo es lo que se requiere para zanjar lo bárbaro. ¡Hagámoslo!
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
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30 de abril de 2025.-