Mi reino por un tintero, el desplante caprichoso de un rey, la venganza de Diana, crónica de una monarquía terminada, el contraste del gesto adusto del rey
Carlos III, frente a la sonrisa de una tierna viejecita, la imagen maternal frente a la imagen dura de un rey, no obstante ser ya un viejecito, estos y muchos más podrían ser título de un artículo o un libro. Un rey al que se le tolerará todo por el duelo de su madre, pero, que, pasado el duelo, no se sabe lo que pasará si Reino Unido seguirá unido.
Muerta la reina se contendrán los brotes de antimonárquicos como sucedió durante el cortejo a la catedral de Edimburgo, un joven gritó y fue acallado por la seguridad, en la milla de recorrido a pie el Rey se mostró más cansado que sus hermanos, destacó la princesa Ana, única mujer hija de la reina que parece que heredó al estilo de su madre.
Sin pretender ser agorero de la caída de la monarquía, pero el Rey Carlos III de Inglaterra tendrá que lidiar con dos fantasmas, la sombra de la imagen de su madre y la imagen de Lady Di la princesa Diana, dos imágenes diametralmente opuestas a él. El Rey apunta a ser de esos monarcas intolerantes, incapaces de asimilar enseñanzas e insensibles a las expectativas de su pueblo. Su lenguaje corporal es adusto, igual que el de la reina consorte Camila, no comunica simpatía por ninguna parte que se le vea, pero igual que en el caso de muchos gobernantes, es incapaz de escuchar consejos, su naturaleza después de setenta y tres años de los cuales, setenta vivió como príncipe bajo la protección materna, nunca tuvo necesidad ni siquiera de ponerle pasta dental a su cepillo, toda su vida le facilitaron la existencia y hoy como rey, se ve difícil que sepa tomar decisiones acertadas para su pueblo, él no tendrá a su lado el consejo de un Primer ministro como Sir Winston Churchill – como su madre lo tuvo – no se ve cercano a él a nadie que le oriente, ojalá escuchara a Tony Blair, sin duda le ayudaría, la vida de Carlos III ha transcurrido sin tropiezos cuando mucho los de Polo al que es aficionado. En menos de un cuarto de siglo de la vida que le quede, difícilmente cambiará. No se sabe lo que la vida le depare, al menos para llegar a su coronación, quizá su imagen no le ayuda a mantener a la monarquía tal vez el carisma de William heredado de su madre ayude, pero dependerá de lo que se tarde en arribar a la corona, el daño causado por su padre pudiera ser irremediable.
Hoy vale pasar revista a las enseñanzas de la reina, jamás se enfrasco en ninguna discusión o tomó partido, seria pero cortés, solemne, pero de sonrisa explosiva que contagiaba, en público, cuidó extremadamente su comportamiento, para no ofender a su pueblo, el carisma de su nieto, alcanzará para rescatar a la monarquía que ha pasado por tantos años de permanencia.
Isabel II Nunca abdicó, porque, aunque los pueblos tienen mala memoria, sus gobernantes como ella, la conservó, nunca olvidó que había prometido dedicarse mientras viviera, a su pueblo y así lo hizo.
La reina manda, pero no gobierna, pero es la jefe de Estado de todos los que componen al Reino Unido, ese cargo de Jefe de Estado, fue un ejemplo en el ejercicio de esa responsabilidad. Su comportamiento transparentó el significado de ser esa figura, imagen que se esmeró en cumplir ella podría variar su comportamiento personal pero la jefa de Estado no. Comprendía su responsabilidad que no logró que igualmente lo entendiera toda su familia, sin éxito.
Hoy encerrada en su féretro, daría su reino, por cambiar la vida de muchos jóvenes que vieron pasar su cortejo, por su lugar en su ataúd. Ironías de la vida.
Eduardo Sadot Morales
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