Carlitos un niño, con tan escasa edad, desde que llegó a la vida, tan temprano, cuando lo único que le interesaba entonces era jugar,
veía frustrados sus deseos porque tenía que pasar largos periodos de tiempo fuera de su casa lejos de sus hermanitos, en un edificio hostil para un niño a pesar del profesionalismo de quienes ahí trabajan, mujeres y hombres dedicados a cuidarle. Recuerda que lo único que quería a esa edad era jugar con sus dos primeros y únicos amigos, Laurita y Osvaldo, sus compañeritos de juegos y de salas de espera, los tres quedamos pelones al mismo tiempo – recuerda ahora – se les cayó al mismo tiempo el cabello, compartían juegos y experiencias sin saberlo, no comprendían porque tenían que despertarlos temprano, porque ese calor intenso que le venía desde dentro, esas molestias incomprensibles en todo su organismo, aquellos dolores indescifrables y la inexplicable respuesta a su pregunta, de porque tanto medicamento, para que tanto tiempo encerrado, si lo único que se quiere a esa edad es jugar y dormir y que nadie te moleste.
A los tres niños, sin saberlo, se les extinguía la vida al mismo tiempo, los tres lo notaban, se veían entre ellos, pero nadie preguntaba, ninguno pregunta al otro, tal vez por evidente, por incomprensible o innecesario o simplemente no importaba, porque no se daban cuenta, a pesar de observar a otros niños que conservaban su cabello, alguna vez, si se lo llegaron a preguntar, no tuvieron tiempo para saberlo o preguntarlo o reflexionarlo tres años es muy poco tiempo para comprender muchas cosas.
Mientras tanto, la familia cambiaba su vida, padre y madre dedicados a luchar por la vida de su hijo menor, dejando a los otros dos en su casa a la buena de Dios y a la buena voluntad de una vecina viejecita que voluntariamente se ocupaba de ellos, también una niña y un niño que no llegaban a los ocho y diez años, pero que por su cuenta tenían que organizarse y cuidarse ellos mismos, solo Dios sabe cómo lo hicieron, mientras sus padres viajaban diariamente hasta el IMAN a acompañar a Carlos en su lucha por vivir.
En una sala de espera, los seres humanos se hermanan, solo quien haya tenido que pasar horas, días, meses o años afuera de un hospital comprenderá lo que significa, que alguien les comparta una torta un taco una migaja de comida, porque no hay ni dinero ni tiempo para más, cuando en la mente de los padres solo está la preocupación de sus hijos, los que se quedan solos en casa y el que está luchando contra el cáncer sin saberlo, sin comprenderlo, solo sufriendo ese malestar que invade el cuerpo con las enfermedades. Esa impotencia y esa desesperación y desesperanza, esa rebeldía incontenible e inexplicable que se siente al ver a una persona enferma, más a un niño que ni siquiera sabe ni lo que le pasa ni el riesgo mortal por el que transita, la muerte acechando desde todas partes sin poder hacer nada, la muerte en todas sus manifestaciones, mientras el llanto y dolor reprimidos con un vacío en el estómago y esa sensación de impotencia, ese grito ahogado que no sale de la boca y que se traducen en llanto, en lágrimas de rabia contenida contra todo y contra todos, donde hasta la fe en Dios flaquea y se rebela, cuántas veces se pide cambiar nuestra vida por la de ellos.
Y ahí los niños, en un día cualquiera, se separan, solamente ya no asisten, ya no llegan a jugar, desaparecen como llegaron y, en la calle, esa sala de espera improvisada, de espera de todo, de nada o de lo peor, mientras tu niño Carlitos, se queda solo, ya no están ni Laurita ni Orlandito, sin explicación solo la despedida de dos madres, cuando comparten que una de ellas, se despide porque su niña ya se fue y, va a que le entreguen el cuerpo de su hija, ese llanto ahogado, esa rabia contenida ese sentimiento reprimido y la incertidumbre de pensar si mañana te tocará a ti también, reclamar el cuerpecito de tu hijo. Mientras tu hijo no sabe, no entiende, ni cuenta se da del riesgo por el que pasa, cuando solo quiere jugar y dormir. Hoy después de veinte años de aquella pesadilla, Carlitos asiste a la “Casa de la amistad para niños con cáncer A.C.”, a regresar el apoyo que recibió cuando era niño, departiendo con padres y niños que hoy pasan por lo mismo que él pasó, con la esperanza de seguir vivos. Ante la incertidumbre de lograrlo. Cuando se ve la indiferencia y criminal actitud de quien mezquinamente negó medicamentos a los niños con cáncer, abandonados a su suerte, a su muerte, maldita la garganta y la voz que cercenó sus vidas, maldita la persona y la madre que lo hizo posible, maldita la risa socarrona, maldita la mirada extraviada y la boca babeante de poder y de ignorancia que a diario, cada mañana, engaña a los que le creen lo que dice que hace pero que no lo hace.
Mientras, algunos seres conscientes y solidarios como Carlitos asisten a apoyar con lo que pueden a las nuevas generaciones de niños que luchan hoy por vivir un día más, agradeciendo a quien apoya esa altruista labor por los niños con cáncer. Apoyo al que nuestro lado humano nos obliga a todos a ayudarles.
Eduardo Sadot Morales
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