Una crónica de principio de semana. Que nunca leerá. Ya que dice el presidente obrador que le gusta la historia,
cuando termine su mandato, tendrá tiempo de leer todas las crónicas y artículos escritos durante su gobierno, que para entonces serán historia, lo lamentable es, que por su incapacidad de escuchar y ser dueño de su historia, su histeria le haga enterarse de actos y hechos que ya no podrá cambiar.
El pueblo de México siempre supo su conducta en Palacio Nacional, las escasas reuniones con sus colaboradores a quienes siempre despreció y humilló, conservó solo a los que sin escrúpulos y dignidad aceptaron todo sin chistar, desde las reuniones donde contradijo a sus colaboradores espetándoles que “él y solo él” tenía treinta millones de votos y que nadie, que como él los tuviera – que aseguraba que no había nadie – que pudiera corregirle, era tal su vanidad, egocentrismo y sobradez, que nunca corrigió sus errores, antes al contrario, todos debían rendirse a sus caprichos y excesos sin contradecirle.
En el éxtasis de su engreimiento, con el piso absolutamente perdido, se sintió y aceptó, se asumió, todopoderoso e infalible gobernante y se perdió en su laberinto de lisonjeros obsequiosos, al extremo de no distinguir el momento en que rebasó la línea de la cordura y se instaló en el ridículo de la caricatura grotesca, tristemente pasto de burla popular, silenciosa burla de sus "colarrobadores", sí "colarrobadores".
Esta etapa de su gobierno pasará a la historia como el momento más desaseado, burlándose desde su púlpito como bufón de opereta, del desaire y torpeza de un representante del Senado contra la dama presidente del poder Judicial, otro poder en que sin recato, mete las narices, cuando debía callarse, burlándose de la marcha de trabajadores del poder Judicial y de uno de los ministros, Juan González Alcántara y Carrancá, mofándose de él, por llevar gorra en la manifestación, una expresión desafortunada que solo puede surgir de un energúmeno descerebrado, en la euforia de su levitación calenturienta, faltando al respeto a un mexicano y con esa expresión, a muchos mexicanos. Seguro que no tuvo la capacidad de imaginar siquiera cómo lucía en la mañanera con la mirada extraviada y el desatino de sus palabras, donde casi se podía percibir la salivación escurridiza de su inestabilidad emocional y cerebral.
La desaparición de los fideicomisos, sin respaldo constitucional, sabe que no proceden, pero lo que hay detrás, es la desesperación de quien agotó el dinero de los mexicanos, desperdiciado en ocurrencias y da manotazos tratando de apoderarse de todo lo que le signifique dinero en los últimos meses de su funesto gobierno.
Terquedad de ignorar, su pequeñez e insignificancia frente a los demás poderes, particularmente frente a la presidente y los ministros – los que no son sus cómplices – que les representan el freno a sus locuras, exactamente igual que en tiempos de su alteza serenísima: Santa Ana, desubicado y extraviado, evoca el final de Hidalgo autollamado generalísimo, “cosas veres mío Cid, que farán fablar las piedras".
Ni idea tiene de lo que es y para lo que sirve un fideicomiso, sí percibe el daño a los trabajadores, pero apoltronado en la comodidad de “su” Palacio, no se entera del daño a las instituciones y a la Patria, mientras, el muro de zalameros se burlan de su condición, para seguir mermando y enriqueciéndose a su sombra, pobre Andrés, en lo que ha terminado el sueño y la esperanza de muchos mexicanos y tu mejor hechura estrellada en la cancha del estadio azul, frente a su realidad, huérfana de acarreados, que sin dinero no asisten, muchos pretextos para justificar el estadio vacío y gastos en el horizonte para intentar ganar.
Eduardo Sadot Morales
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