El PRD durante muchos años se posicionó como el partido que aglutinaba a la gran mayoría de la militancia de izquierda. En él cabían todos sus enfoques, todas sus perspectivas, todas sus versiones. Panorama esperanzador, después de ocho años de
su fundación, ganaría el gobierno de la capital del país. Parecía que al fin se demostraba el alcance que el electorado de izquierda tenía, que durante años había permanecido en el anonimato, por no decir en el silencio.
La izquierda contenida dentro de una institución política siempre parece ser un reto. La naturaleza plural y divergente que ella enarbola dificulta las formas y mecanismos tradicionales de decisión que los partidos de otras ideologías llevan a cabo. Sin embargo, ahí en la pluralidad y diversidad, es precisamente donde descansa lo más rico y nutritivo de la izquierda, ingredientes fundamentales para cualquier democracia.
Con el avance del tiempo, el PRD comenzó a evidenciar dificultades propias de la diferencia ideológica y programática que sus fuerzas internas impulsaban. Los hechos son de conocimiento público, y el paulatino distanciamiento entre sus corrientes internas aún más.
Hace unos días leí la carta de un buen amigo, José Luis Gallegos que me invitó a replantearme las razones por las que el PRD llegó al punto en dónde está, pero sobre todo, porqué aún no tiene una sentencia de muerte segura. Razones de peso hubo, para que varios militantes decidieran presentar su renuncia y buscar alternativas externas para luchar por el México que todos merecemos.
Y es que es precisamente por ellos, por los militantes de genuinas intenciones que no encontraron otra vía que dar un paso al costado, que el PRD debe replantearse su accionar. Uno de los principales ejes a analizar es su relación con el gobierno federal y el Pacto Por México. Si bien es cierto que la izquierda debe abonar a la materialización de mejores condiciones de vida para los habitantes de nuestro país, hay que diferenciar la delgada línea que existe entre ayudar a que México mejore y apoyar un proyecto que a todas luces pretende satisfacer intereses específicos y garantizar futuras posiciones políticas.
Es casi imposible argumentar en contra de que el Pacto por México logró desdibujar al PRD como opción política, perdió muchos años de construirse a sí mismo como una verdadera oposición, una oposición en las calles. Yo tuve la oportunidad de marchar a los 10 años, con millones de mexicanos que en el 2006 levantamos la voz contra las irregularidades del proceso electoral de dicho año, que a todas luces, por consigna de un grupo compacto de intereses, cerraron la puerta a una posible llegada de un proyecto progresista al gobierno federal. Ahí me llamó la atención el clima de efervescencia, pero sobre todo, los rostros de esperanza y el auténtico anhelo de tantos y tantos mexicanos que estaban cansados de la misma dinámica política de siempre, de la gris alternancia vivida en el 2000, y de las ganas de vivir un nuevo enfoque de gobierno.
Y no se trata de depender de una u otra persona, de uno u otro líder, la izquierda mexicana, su programa, razones y futuras conquistas debe estar siempre más allá de una u otra figura. Ese creo que ha sido el mayor error de muchos grandes líderes y compañeros, el ego, el sentirse imprescindibles, el sentir que la causa de izquierda realmente los necesita para alcanzar sus conquistas y objetivos históricos. Falso.
Concuerdo con que el partido debe construirse desde su militancia de base, debe capacitar a sus cuadros, con información básica acerca de temas fundamentales históricos sobre las luchas y conquistas de la izquierda, sobre sus nuevos enfoques, sobre la conquista de las libertades individuales (y no en su sentido económico, sino en el derecho a la construcción personal de la moral, las formas de convivencia, la sexualidad y la felicidad) y sobre temas de incidencia en políticas públicas.
Pero sobre todo, el PRD debe devolver al militante ese arrojo, esa esperanza de construir a través del partido un México progresista; sembrar una genuina motivación de cambio, y que sea tal inspiración y no el conseguir una candidatura o un cargo dentro del partido, lo que impulse al militante a desarrollarse y crecer en él. Paso a paso, por las calles y de cara siempre a los mexicanos.
El PRD no ha muerto, no aún. Quien firmará o no su sentencia son los jóvenes que nacieron y se incorporaron al partido después de su fundación, que el día de mañana lo presidirán y fijarán su dirección. No hay por qué terminar con casi 26 años de lucha y de trabajo común por divergencias y errores de cacicazgos. Sí, el partido debe ir a terapia intensiva y debe recobrar un aliento nuevo. Lo que pase después del alta médica es una nueva oportunidad de crear y construir para todos.
Y es que su muerte no haría más que abonar a la fragmentación y disolución de las izquierdas, que de por sí se encuentran en proceso de atomización en nuestro país. De cara al 2018, el proyecto de izquierda necesita más que nunca unidad, no entendida como simple y ruin disciplina partidaria coyuntural, sino la suma de ideas y conciencias de cada mexicano que crea firmemente en un rumbo diferente, y que quiera hacer sinergia para elaborar un plan de nación progresista.
Basta de personalismos, basta de visiones maniqueas, basta de planteamientos programáticos incongruentes y lascivos, basta de división interna visceral y descalificaciones directas, basta de decisiones cupulares, y reparto de cargos corporativamente. Basta de lo mismo, tanto en la izquierda, como en la dirección global de nuestro país. Como jóvenes y como mexicanos, todos queremos un cambio; No hay otra alternativa, hagámoslo posible.