El fenómeno es de data antigua. Pero en medio de la crisis que resiente la ciudad de México cada vez hace más daño. Se trata de lo que más de una vez he llamado la cultura del agandalle, un flagelo que cunde entre los mexicanos y cuyas manifestaciones van desde las básicas hasta las de calibre mayor.
Vea usted por ejemplo la actitud repetitiva del conductor mexicano promedio; acelerar el auto para ganar el espacio de otro, aún el mínimo. No importa. Es lo de menos. El punto es agandallar, salir “vencedor” al costo que resulte, tampoco importa. En esta práctica, los reyes del agandalle son los conductores de los malhadados “peseros o micros”., aunque los particulares no ceden mucho espacio.
Los semáforos para peatones, aun escasos, tampoco sirven de mucho en una ciudad donde el “agandalle” es la norma urbana por excelencia. El conductor generalmente evita o previene en el mejor de los casos a sus colegas, no así al peatón, que tampoco importa y del respeto, ¿pues qué es eso?
El fenómeno también se ve con frecuencia en las filas de los autoservicios, los bancos o cualquier institución o sitio de espera obligada. Esta práctica es verificable sin mayor esfuerzo. Abundan los “vivales”, incluso aquellos que cobran por “guardarle un lugarcito”. Es expresión clara del agandalle.
Se repite en los transportes públicos masivos de la ciudad de México. Antes que abrir un espacio, o dejar salir antes de entrar, el mexicano promedio elige el bloqueo, el codazo, el brazo en firme y hasta la zancadilla. Usted lo sabe y seguramente lo ha vivido numerosas veces. Hay veces incluso que se llega al insulto o el golpe para dejar ver quién es el más gandalla.
En los cruces de las calles y en éstas mismas, también prolifera el ejercicio del agandalle. Consideración cero al prójimo, Los viandantes promedio transitan en contrasentido o por su lado izquierdo, contraviniendo las normas urbanas mínimas de civismo. Tampoco importa a nadie, a veces por ignorancia, otras por estulticia o simple soberbia combinada con patanería. Y tampoco importa, claro.
Pero el agandalle alcanza otras cimas. Pregúntese usted por ejemplo cuáles fueron las “razones” para que el gobierno de la ciudad de México anulara la vigencia permanente de licencias y tarjetas de circulación, entre otros documentos ciudadanos, entre ellos actas de nacimiento, matrimonio o defunción. La única razón que encuentro hasta ahora sobre el punto es el apetito gubernamental de hacerse de cada vez más dinero a costa del ciudadano inerme.
Las dobles verificaciones vehiculares, detenidas por la Suprema Corte de Justicia, y el castigo a los propietarios de vehículos de más de una década, también forman parte de esa cultura “gandallesca”, que es preciso desterrar o, al menos, aminorar por la salud de los “chilangopolitanos”, un término acuñado y heredado por el cronista e historiador Arturo Sotomayor (q.e.p.d). Fin
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