Ahh la corrupción

 

SINGLADURA

Es tan grave la corrupción que flagela a México, que empieza desde abajo y llega a la cúspide del poder político nacional. Así, sin exagerar. ¿Por qué desde abajo? Piense un poco por ejemplo en lo que ocurre en las calles del país. Acotemos un poco. Vayamos a las calles de la ciudad capital. Hay corrupción en cada esquina donde se aposenta un vendedor ambulante, un pedigüeño, un franelero o los “viene, viene”, como se conoce a los personajes que desde muy temprana hora del día se apropian de “su calle” para exigir una coima a cambio del espacio, que se reparte bajo el criterio casi generalizado de que al menos hay que salpicar.

 

Vienen después los inspectores y los policías. Les siguen los jueces y hasta los magistrados. Quizá no todos, pero si muchos incurren en actos anómalos para decir lo menos. Un caso. Se formó una comisión de magistrados para que averiguaran lo sucedido en la guardería ABC de Sonora. Fueron, vinieron ¿y qué paso? Nada esencialmente. Había mucho que proteger, encubrir y se hizo desde Los Pinos en los tiempos de Felipe Calderón. Parientes del propio presidente y del gobernador Bours estaban en riesgo. Algunos de ellos se refugiaron en Estados Unidos en un innecesario intento de anular el solo riesgo de que algo fuera  a pasarles. No fue ni era necesario. La justicia fue encubierta y negada a los padres de los niños muertos y/o lesionados. Pesaron más los intereses que las personas.

 

Los sueldos y otras percepciones de los magistrados son inmorales e injustos, más todavía en un país donde la inmensa mayoría de las personas vive con casi nada o muy poco. Los impartidores  de justicia se solazan en sus jugosos emolumentos. Y no sólo. Tienen cumplidos sus caprichos. Ellos saben a qué me refiero. Sólo mencionaré por ejemplo los autos, teléfonos, comedores, bebidas, vajillas, pensiones y para qué seguir. Ellos lo saben muy bien y mejor.

 

En estos días se discute en el Congreso el denominado Sistema Nacional Anticorrupción. Ajá. El fenómeno de la corrupción es demasiado grave y altamente costoso, pero eso casi no importa a los legisladores, que –imagínese usted- ya corrompieron la iniciativa anticorrupción alentada por la sociedad civil, la ciudadanía pues. Los senadores han rasurado la iniciativa y con ello han incurrido –dicho sea sin excesos- en un acto de corrupción. Le han dado la espalda a la ciudadanía que dicen representar y en cuyo nombre dicen actúan. Grave. Una vez más, con argumentos leguleyos y chicanas, han evidenciado de qué lado están: el suyo.

 

Como acto inédito en la historia del país, los empresarios agrupados en la Coparmex se han lanzado a las calles de la capital, al Á ngel específicamente, para exigir que se ataque tanta trapacería e impunidad. Insólito. Así han de estar las cosas que los empresarios –un casta claramente privilegiada a lo largo de la historia contemporánea de este país- reclaman un coto contra la corrupción que se presume rampante en el país.

 

Y sin embargo, aquí no pasa nada. ¿Qué vamos a hacer? El país se desangra a ratos lenta y aceleradamente en otros momentos. Las salidas parece que se estrechan peligrosamente. La inconformidad, silenciosa hasta ahora, se agiganta por momentos con acciones que parecen a punto de romper la frágil gobernabilidad. ¿A qué le tiran los gobernantes? Es impredecible lo que puede o no pasar.

 

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