Dos de los cuatro principales partidos políticos en nuestro país están inmersos en el proceso de renovación de sus dirigencias nacionales. PRI y PRD enfrentan sus procesos internos para definir nuevos liderazgos, cada uno de acuerdo a sus “usos y costumbres” y, claro, de acuerdo con lo establecido en sus respectivos estatutos.
El PRI, el partido hegemónico en México durante muchas décadas, procesa la salida de su anterior dirigente nacional, Manlio Fabio Beltrones, responsable político de los magros resultados electorales de su partido. La nueva dirigencia se decide mediante un mecanismo reconocido y patentado desde el seno mismo de su partido: “el dedazo y la cargada”. En el PRI no hay campaña ni elección, hay designación desde la cúspide del poder político, en este caso el señor presidente señaló ya al ungido: Enrique Ochoa estará al frente del PRI y con ello Peña Nieto afirma su vocación de máxima autoridad partidista.
Imponer al nuevo presidente del PRI, más a la decisión de presentar ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación acciones de inconstitucionalidad ante medidas en materia de corrupción aprobadas por los Gobernadores salientes y Congresos locales de Veracruz y Quintana Roo, son la nueva apuesta política del grupo político en el poder. Nueva cara y garrote a los políticos perdedores, sino suman entonces restan y son sacrificables. Eso mismo les dijo Beltrones tres meses antes de la elección y no lo escucharon. Veremos los resultados.
En el PRD hay campañas y muchas, pero aún no hay elección de la persona que suceda en el cargo al recién reintegrado diputado federal Agustín Basave. Baste decir de antemano que su predecesor, Carlos Navarrete y el ahora expresidente del sol azteca renunciaron no tanto por las críticas a los resultados electorales de 2015 y 2016, respectivamente; su proceder se sitúa en un problema estructural de fondo, de la ausencia de poder real desde el máximo cargo partidista que permanentemente se encuentra arrinconado por los intereses de las corrientes internas del partido que, por honda que sea la crisis interna, parece que jamás estarán dispuesta a ceder un ápice de su poder para tener un piso común mínimo desde donde hacer política y otorgar, a su vez, poder a quien ocupe el cargo de presidente nacional del PRD.
La renovación de la dirigencia del PRD pasa también por la definición de la política de alianzas de cara a los procesos internos de 2017 y 2018. Quien presida al partido deberá buscar las alianzas que mejor convengan al PRD, el mejor momento político para negociarlas y dirigir una maquinaria electoral mermada y desgastada que requiere mucho aceite para hacer girar sus engranajes. El reto es enorme y el tiempo apremia ante la que puede ser su última elección presidencial con esas siglas.
Por Fernando Vázquez Nájera
@Ferbonobox