Clase media en México, otro tipo de pobreza (parte II)
En la pasada entrega se analizó la manera en que se ve, mide y atiende a las y los pobres, pero también se señaló que en estas métricas no están todos, por ello se preguntó si la clase media está considerada y en caso de estarlo saber si cuentan con los elementos, opciones, políticas, recursos y vías para que de verdad mejoren sus condiciones.
Estamos hablando aquí de la otra pobreza, la que se define mide más allá de los ingresos, nos referimos a la falta de generación de capacidades y de oportunidades a la que no tienen acceso las personas, como lo define Armartya Sen. Y es en la clase llamada media, cuya definición conceptual y metodológica presenta poco consenso, porque no necesariamente empieza donde termina la pobreza, porque la pobreza es una condición transversal al concepto de clase[1].
Pero a pesar de su reconocimiento, medición y atención ahí está, muchos de esos pobres, se saben desamparados por el sistema institucional público y privado, aprendiendo a “medio vivir”, a “medio soñar”, a “medio comer”, a “medio vestir”, a “medio divertirse”, porque en la realidad, la que golpea fuerte y a diario, se encarga de recordarles que viven con deudas, que todo lo deben, que cada vez que cobran la quincena ya la deben en 2.9 veces, pero aun así este 45% paga impuestos, contribuye, suma, colabora, opina, debate y produce, pero sabe que en materia pública no existe reciprocidad.
Una clase media que de manera permanente, nace y muere viendo truncados sus sueños, una clase media que de alguna manera siempre es pobre (en el valor multidimensional), pero para la que no hay respuestas, programas, políticas, espacios y sobre todo oportunidades y que en el mejor de los casos, se encuentra con el gobierno en turno, con algún acuerdo institucional que suelen atender muchos objetivos con muchas herramientas de política, que terminan anulándose entre ellas.
Una clase media pobre pero trabajadora, una clase que ha servido en la historia de México para sostener los ingresos públicos, como pretexto de los discursos, como insumo en las elecciones y como “ciudadanos vasijas”, receptores de programas y esperanzas.
El verdadero desafío para quienes aspiren a dirigir y mejorar las condiciones de esta clase (en serio mejorarlas), parte de observar una oportunidad de mejorar el proceso político al que están sujetas y generar esquemas públicos para la clase media, más allá de lo inercial, para que ese 45% de la población en México sienta y constate que la oferta pública les da opciones.
Porque no se termina por reconocer a esta clase media como elemento esencial para la economía, producen pero no mejoran, son la base de la economía mexicana, aguantan cualquier sueldo, cualquier crisis, cualquier inflación, cualquier promesa.
Viven en permanente deuda, gastan 4 horas en promedio a diario en el transporte público, víctimas favoritas y mayoritarias de la delincuencia, clientes favoritos y permanentes de la desesperanza.
No hay respuestas para esta clase media que aspira llegar a los fines de semana, pero solo como un respiro a la permanente rutina, que suele leer en diversos medios como la revista Hola, que para aspirar a “casas blancas” o de “Malinalco” el único camino es corromperse. Clase media que recibió educación en escuelas públicas, donde papá y mamá repetían el discurso de “estudia para ser alguien más en la vida” y estudiaron y sí, fueron uno más.
Clase media que no es registrada en los grandes estudios pero si en los grandes discursos, son el botín de guerra, que ni está en extrema pobreza pero tampoco pertenece a esa clase privilegiada, a los “mirreyes”, clase media amontonada en ese multifamiliar mexicano llamado sociedad, se enciman, conviven, viven, respiran y cada seis años vuelven a creer.
Esos que deberíamos llamar el lado C de la pobreza.
OXFAM público un estudio “Los 12 mexicanos más pobres. El lado B de la lista de millonarios”, en el que relata las condiciones en las que viven Angélica, Juan Manuel, Marisol, Esperanza y 8 personas más de nuestro país que viven en las peores condiciones inimaginables, en contraste a la lista de Forbes que se publica cada año con las personas más ricas del mundo. Pero necesitamos la lista C, donde están el 45% de los mexicanos, para quienes solo hay mediciones básicas, pero no un verdadero reconocimiento y esquema de oportunidades, víctimas permanentes de las diferencias sociales, siempre en medio, siempre al último, usados y desechados en elecciones, enganchados y engañados en cada campaña, el ansioso botín de guerra de las próximas campañas en la que están 2 de cada 5 mexicanos.
Para ellos se necesita que quienes toman las decisiones comiencen por cambiar las preguntas, porque ahí, entre la niña chiapaneca de los Altos y la niña del Pedregal, existe una niña de la clase media, para la cual el futuro que les han prometido no pasa de ser el de la administración de la mediocridad, de la tristeza, de la aspiración, de los proyectos sin creencia.
Eduardo López Farías es economista y doctor en Administración Pública, ha realizado estudios de dos postdoctorales en España. Twitter: @efarias06
[1] https://www.inegi.org.mx/investigacion/cmedia/default.html