Era una de esas mañanas que tenía un toque especial, después de muchos meses, quizá algunos años, Rutilio iba a ser llevado por su padre a la escuela "Estatuto Jurídico". El niño de seis años
iba feliz, seguro, tomando la mano de su padre, grabando ese tacto, ese contacto, esa unión de la piel de su mano con la de su padre Luis.
Hacia mucho que no sentía esa sensación.
Salieron de la casa a las siete de la mañana, perfectamente vestidos, desayunado, entusiasmados; caminaron por el andador hasta llegar a la avenida, el tránsito vehicular de 1975 era de muy escasa afluencia, llegaron al camellón, avistaron hacia el otro lado, tampoco venían vehículos, cruzaron el segundo tramo de Acoxpa y llegaron a la parada del camión.
Pasaron los minutos, algunos, no muchos y llegó el "rápido" un camión de color amarillo que hacía su ruta de Xochimilco a Mesones. Subieron al autobús y se fueron de pie.
La ruta de siempre: Acoxpa, viaducto Tlalpan, ver pasar la fábrica de "Chaparritas, El Naranjo" casi a la esquina de Calzada del Hueso, ver a los estudiantes de la Preparatoria 5 como "tomaban" camiones para desviarlos hacia el plantel y ser indiferentes a los reclamos de los pasajeros que ya llevaban algún retraso de tiempo.
El camión seguía su ruta, el infante iba pensando en lo que platicaría con su papá en el camino a pie de Calzada de Tlalpan a División del Norte, un kilómetro o más de convivencia con su padre. Pero lo más emocionante es que sus compañeros de la escuela lo verían llegar, por fin, con su progenitor.
El camión llegó a la glorieta de C. L. A. S. A. donde antes fueron unos estudios de cine y después se convirtió en una oficina de la Secretaría de Hacienda para obtener la tenencia vehicular. El tránsito se hizo lento después de esa glorieta pero no dejaba de avanzar.
Pasaron a Xotepingo, después a la Calzada de la Virgen y por fin al cruce de Avenida Tres.
Llegaron a su destino, los dos, padre e hijo, con algunas dificultades por lo aglomerado que iba el interior del camión con los pasajeros. Pero a fuerza de codazos, empujones y jaloneos encontraron la puerta y descendieron. Estuvieron de pie esperando la luz verde del semáforo para poder cruzar al otro lado de la Calzada y tomar el camino entre los jardínes hacia el plantel.
El niño empezó la plática:
-papá, enfrente de la escuela hay una panadería, ¿me compras un bolillo? Casi siempre mi hermano y yo nos compramos un bolillo antes de entrar a la escuela.
Rutilio solo escucho un débil "mjm "de su padre.
El niño arremetió otra vez:
-Papá, ¿vas a venir por mi?
Entonces, en ese instante, Luis se puso de cuclillas, tomó a Rutilio de los hombros y le dijo –Derechito llegas a la escuela, ándale vete con cuidado-
Rutilio se quedó callado, no dijo nada, sintió un beso en la frente y vio a su padre dar la espalda y caminar, se fue alejando; quizá hubiera sido muy difícil poder explicarle que pasarían muchos años, diez, más para volverse a ver.
El infante empezó a caminar, su paso era lento, triste, lloraba en silencio y sus lágrimas mojaban su pequeño rostro.
De repente, un taxi se detuvo a su lado, en el volante iba un anciano. Le ordenó: súbete. Rutilio sin dejar de llorar subió al taxi. El conductor le acercó unos pañuelos desechables, tomó cincuenta centavos y se los dio.
-ya no llores, ahorita llegamos, ¿vas a la escuela que está aquí adelante?. Rutilio asintió moviendo la cabeza.
En cuestión de dos o tres minutos llegaron a las puertas del plantel, Rutilio se bajó, dio las gracias y camino.
Un compañero de su salón, Juan Manuel, le preguntó, ¿te trajo tu papá?, ¡No! Contestó Rutilio, era mi abuelito.
Vamos a la panadería, te disparo un bolillo.