*¡Ayuda… Ayuda…!*

Marcelo Suárez, como todos los días desde hacía siete años, se levantó de la cama cuando comenzaba a amanecer, las cinco de la mañana, se metió al modesto baño de su vivienda y se duchó para despejarse.

Salió y con toda tranquilidad comenzó a ponerse el impecable uniforme de policía estatal que utilizaba para realizar su trabajo, mismo que, aunque no estaba mal pagado, venía con un saco de problemas, discriminación, agresiones, insultos, repudio y todo lo inherente a la vestimenta azul.

Se vio en el espejo y se dio el visto bueno, bebió una taza de café caliente y engulló un pan, aquello era más que suficiente para comenzar el día, ahora tenía que pasar lista y ponerse a disposición.

Como siempre, llegó a tiempo, se formó con sus compañeros y acudió a la lista, el día era igual a casi todos los de la semana, los del mes, los del año, era una rutina que debía ejercitar día a día.

Se puso a disposición y lo asignaron a una patrulla con otros tres compañeros, harían el rondín por las diferentes zonas conflictivas de los municipios del estado, así que sin mayor trámite se alistó y se montó a la camioneta a la que se le había asignado para patrullar.

Las primeras calles las recorrieron sin mayores problemas, todo en paz, todo en calma y eso le provocó un poco de inexplicable de nerviosismo, tal vez por aquello de que, demasiada tranquilidad no puede presagiar nada bueno, sobre todo cuando se trabaja en la seguridad pública.

A media mañana se detuvieron a almorzar en un conocido lugar de uno de los municipios que recorrían, animada y amistosamente ingirieron sus alimentos y Marcelo seguía sintiendo una profunda inquietud.

Erasmo, uno de sus compañeros, se mostraba demasiado animado, muy contento y dicharachero, platicaba de todo y de nada, los entretenía con chistes y anécdotas y bromas, sobre tal o cual suceso.

Finalmente volvieron a sus labores y comenzó la ronda, todos alertas, todos atentos, sólo Erasmo seguía hablando, seguía bromeando, seguía desbordado de entusiasmo y alegría.

Fue hacia el atardecer cuando, por la radio de la patrulla recibieron un informe sobre posibles hombres armados, el encargado del grupo se reportó avisando que realizarían una inspección y se reportarían.

Era un llamado como cualquier otro, un informe que podría considerarse común, ya que con frecuencia los alertaban de situaciones similares, el conductor de la patrulla se enfiló hacia la zona donde se había efectuado el avistamiento y todos se pusieron alertas.

Al realizar un recorrido por el centro de aquel municipio, se toparon de frente con al menos una decena de vehículos con blindaje artesanal, de esos conocidos como “Monstruos” quiénes al notar la presencia de los uniformados, comenzaron agredirlos con disparos de armas de fuego iniciando un enfrentamiento.

Estaban siendo recibidos a tiros, les disparaban con armas de grueso calibre, la camioneta se detuvo, todos bajaron con las armas en las manos y buscando la manera de protegerse y al mismo tiempo repeler el ataque del que estaban siendo víctimas:

Erasmo había sido alcanzado por dos impactos y se quejaba de manera angustiosa, el que iba al mando de aquella patrulla comenzó a reportar por radio lo sucedido y pedía ayuda…

—¡Nos disparan…! —decía mientras los tronidos de las armas se escuchaban por todos lados— ¡Tengo un hombre herido y necesita apoyo…! —insistía por la radio— ¡Nos están atacando…! ¡Ayuda… Ayuda…! ¡Hombre herido…! ¡Nos atacan…! —la voz cada vez se escuchaba más insistente y más desesperada.

Los balazos seguían resonando como repiquetear de tambor, ellos se habían parapetado detrás del vehículo, el mando seguía pidiendo apoyo por radio a sus compañeros, otro de ellos gritaba:

—¡Herido…! ¡Herido…! —tratando de que alguien lo escuchara, de que alguien del brindara el apoyo que necesitaba en aquellos momentos en que su compañero se quejaba gravemente lesionado.

Marcelo con el arma en las manos buscaba el punto desde donde los atacaban y cuando lo descubrió comenzó a repeler el ataque, sus ojos no se apartaban del posible blanco y su dedo jalaba el gatillo con insistencia.

A la distancia le pareció escuchar un grito desgarrador, el mando, tal vez cansado de no recibir respuesta, también se acomodó y comenzó a defenderse disparando sobre aquellos malandros que los agredían de aquella manera tan cobarde y alevosa.

Nuevamente Marcelo escuchó otro grito y luego otro, los disparos por ambos lados se seguían escuchando, como repiquetear de baquetas sobre el cuero de un tambor.

—¡Aguanta… buey… no te duermas...! ¡No te vamos a dejar solo…! —decía otro compañero a Erasmo que cada vez se quejaba menos fuerte, de pronto, una bala alcanzó al otro compañero que se desplomó al lado del herido.

Marcelo recargó su arma y volvió al ataque… tenía que repeler aquellos que estaban dispuestos a matarlos, tenía que defender su vida al costo que fuera, sabía que de eso dependía todo.

De pronto, comenzaron a llegar las fuerzas de seguridad de diferentes corporaciones y pronto se sumaron a la contienda, la balacera se intensificó y Marcelo seguía en su puesto sin descuidarse.

Vio caer a dos de la Guardia Nacional, luego vio caer a otro de la policía municipal, él no dejaba de disparar, no dejaba de apuntar hacia el lugar de donde venía el ataque.

De pronto los balazos cesaron y todo quedó en silencio, nadie se movía todos estaban expectantes, uno de la Guardia Nacional gritó que ya se habían ido esos desgraciados hijos de la rechin…

Marcelo, con el arma en la mano se puso de pie y vio que ya no los atacaban, ahora todos se preocupaban por atender a los que habían caído, así que se acercó a Erasmo y a su otro compañero, ambos estaban tintos en sangre, pero seguían respirando.

Llegaron helicópteros y demás ayuda, los heridos fueron trasladados a un hospital para su atención médica, los demás hicieron un recorrido por el lugar, si bien no había heridos o muertos en el sitio donde habían estado los malandros, si había huellas de sangre, seguramente algunos resultaron heridos.

El mando de Marcelo y este se presentaron a la comandancia y rindieron sus informes por escrito, el resultado de aquel enfrentamiento había sido 1 muerto de la Guardia Nacional y 15 lesionados de  las diferentes fuerzas armadas participantes, entre ellos, sus dos compañeros que ya estaban siendo atendidos en el hospital al que fueron llevados y los pronósticos eran alentadores…

Esa noche, Marcelo llegó a su casa, saludó a sus dos hijas con un fuerte abrazo y un beso y luego, mientras cenaba le comentó a su mujer algunas cosas de lo sucedido, más no le dijo el miedo que sintió de haber sido él el muerto, o el herido, el pavor que experimentó al pensar que si caía ellas quedarían desamparadas.

El reloj despertador sonó su alarma a las cinco de la mañana, Marcelo extendió su mano y apagó el sistema, se levantó y se metió al baño para ducharse, minutos más tarde, mientras se vestía con el uniforme impecablemente limpio y planchado, pensaba:

—Un nuevo día… un nuevo turno de servicio… un día más ¿de vida…?